Diario de viaje 7.
Domingo 7 de mayo. Estella – Los Arcos.
Etapa 6: 21,3 km.
St. Jean – Los Arcos: 134,4 km.
A Santiago: 639,7 km.
Y el gallo cantó a las 5:45. Y me despertó el muy puto. Pero no le di bola. Y volvió a cantar y lo volví a ignorar, y así estuvimos por un rato hasta que me pudrió. Cuando finalmente me levanté, el muy jodido no cantó más. Acordándome de él me cambio, armo la mochila y bajo a la cocina del albergue. Hago Tai-Chi en el patio y luego tomo un par de cafés de máquina. Angela se había levantado un rato largo antes que yo, ya había desayunado y ahora está armando sus cosas y no se que más. Para no variar costumbres salimos casi últimos sólo quedan bicicleteros. Pinta un día bastante monótono, sin pueblos en los primero seis kilómetros, luego dos juntos y los últimos doce sin nada.
La salida se hace larga ya que al estar pegada a Ayegui, lo que la guía considera el primer pueblo, la vivo como un barrio periférico de Estella. Finalmente salimos y, luego de cruzar la ruta, tomamos la senda que nos lleva al monasterio de Irache. Antes de llegar a este, hay un gran edificio que alberga las Bodegas Irache que tienen una hermosa peculiaridad: la fuente del vino. Queda en un sector cercado, ubicado en la parte de atrás de la bodega; una pared, una fuente con dos canillas y carteles varios; uno dice:
“Normas de uso:
A beber sin abusar
te invitamos con agrado,
pero para poderlo llevar
el vino ha de ser comprado.”
Arriba del cartel, una talla de un peregrino confirma la intención de la fuente, así que sin dudar lavo uno de los vasos que hay y me sirvo medio de tinto. Me lo tomo mientras Angela me saca una foto, luego lleno la cantimplora con agua y como en eso viene un señor que nos ofrece sacarnos una foto a los dos me sirvo un segundo vaso. Son las 9:30 de la mañana como mucho. Luego seguimos rumbo al monasterio de Irache, que queda al toque. Una vez dentro, nos encontramos con el señor que nos sacó la foto y también llega Arnaldo. El señor que cuida el monasterio es un tipo macanudo y se quedó hablando con el otro un buen rato.
Seguimos camino cruzando un bosque muy bonito. Paramos a descansar en la fuente de Azqueta y ahí nos juntamos los cuatro otra vez: Angela, Arnaldo, el señor de la fuente y del monasterio que se llama Pepe y yo. Pepe vino caminando con Arnaldo y al llegar al pueblo lo condujo a casa de Pablito, un personaje que corta ramas bien rectas y fuertes de castaño para regalárselas a los peregrinos como bordón. A punto de cargarnos los bártulos en la espalda Pepe empieza a mostrarnos todo lo que se ve desde donde estamos: nos señala la cúpula de la iglesia de Villamayor de Monjardín pueblo siguiente, el castillo de Monjardín ubicado arriba de un cerro y los pueblos lejanos mientras nos va contando historias de lo que sucedió en cada lugar. Luego sigue camino con Arnaldo.
Me cargo la mochila y, justo cuando arranco pasa un viejito por al lado nuestro. Entonces empieza a repetirse una situación que cada vez es más constante: Cuando digo que soy de Argentina, todos me cuentan que tienen parientes ahí; que su familia se fue cuando ellos eran chicos y por eso los dejaron en España, muchos volvieron al viejo continente otra vez, pero otros no. Siempre pido apellidos, viendo si de orto conozco a alguno, pero nunca pasa. Igual, sigo probando con cada uno. Estas charlas me abren a un sentimiento de hermandad con España sorprendente; no la siento la madre patria sino un gran territorio dividido en dos por un océano inmenso e imposible de cruzar para la mayoría. Y lo extraño es que en Argentina, al ser todos descendientes de inmigrantes, no nos importa quien quedó allá o quien vino, sin embargo en España, aunque las generaciones hayan pasado, nunca olvidan que una parte de su familia está del otro lado del charco. Saludo a tan amable y simpático señor; luego miro para atrás y los costados a ver si viene algún otro, pero no. Así que finalmente salimos de Azqueta para encontrarnos medio kilómetro más adelante, en la fuente medieval mora de Monjardín o la fuente del moro con Pepe y Arnaldo con los cuales seguimos caminando juntos hasta Villamayor. Ahí me entero detalles que nunca hubiera visto, o cosas obvias que no sé; confirmo que los árboles cortados a cuarenta centímetros del suelo son viñedos, aprendo a diferenciar trigo de avena y me entero que las flores rojas con solo cuatro pétalos muy finitos son amapolas. En Villamayor Pepe se queda charlando con la gente del pueblo pero nosotros, con un poco de miedo por ser el día medio largón, seguimos camino. Arnaldo se separa al toque, caminando un poco más rápido que Angela y yo.
En esta etapa empiezan los doce kilómetros sin nada, cosa nueva para ambos. Uno se acostumbra a encontrar pueblos cada cuatro o cinco kilómetros teniendo la opción de parar a comer algo, cargar agua o tirarse un rato, pero este es un largo camino entre sembradíos en el que casi no se encuentra sombra. Luego de caminar un buen rato conseguimos refugio del sol al lado del camino donde paramos a comer algo. Había terminado mi manzana y estoy armándome un cigarrillo cuando llega Pepe. Le busco una piedra para que se siente y ahí se acomoda, baja su mochilita y sin parar de hablar, empieza a revolver su contenido buscando algo. Saca un chorizo casero y pan que divide en tres, y que comemos alternando mordiscos entre pan y chorizo. El lo acompaña con cerveza al tiempo es decir, natural mientras nos cuenta su historia.
Pepe es de Logroño y peregrina hace quince años; cada vez que puede, es decir todos los fines de semana, vacaciones y feriados, hace un tramo o dos del Camino. No solo siente fascinación por el mismo, sino que además se siente bien acompañando, ayudando y mostrándoles cosas a los peregrinos; nos cuenta historias de gente perdida, reuniones improvisadas en casuchas de chapa ante chaparrones inesperados y muchas cosas más. En medio del cuento se zambulle en su mochila de la que saca tarjetas que lo titulan como “el peregrino de La Rioja”. Vuelve a meter sus manos dentro de su galera colgante y saca dos calabazas que nos cuelga de los bordones usando cintas con los colores de la bandera Riojana, también nos regala una calcomanía con sus datos y finalmente una poesía que copió de una pared que hay en algún lugar de este largo Camino:
Polvo, barro, sol y lluvia
es el camino de Santiago
millares de peregrinos
y más de un millar de años.
Peregrino ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?
Ni el camino de las estrellas
ni las grandes catedrales.
No es la bravura Navarra
ni el vino de los Riojanos
ni los mariscos gallegos
ni los campos castellanos.
Peregrino ¿quién te llama?
¿qué fuerza oculta te atrae?
Ni las gentes del camino
ni las costumbres rurales.
Ni es la historia y la cultura
ni el gallo de la Calzada
ni el palacio de Gaudi
ni el castillo Ponferrada.
Todo lo veo al pasar
y es un gozo verlo todo
mas la voz que a mi me llama
la siento mucho más hondo.
La fuerza que a mi me empuja
la fuerza que a mi me atrae
no se explicarla ni yo
sólo el de arriba lo sabe.
(es de Eugenio Garibay, párroco de un pueblo cercano a Nájera)
Al leerla me emociono. Siento que resume mi sensación actual del camino, de la vida; el ser un peregrino sin ninguna razón explicable, eso si que es cosa rara. Porque es tanto lo que uno pone en cada día de caminata, cada día de cargarse la espalda con un peso destructor, cada día de exigirle a los pies que hagan maravillas… y es bien extraño no tener una simple razón para fundamentar eso, salvo el creer que hay algo por venir. Pero sin saber si lo que tiene que venir ya lo hizo o si no me voy a dar cuenta. Por otro lado, ¿qué son esos lugares que nombra? Conozco la bravura Navarra y los vinos Riojanos, bastante bien ya, a pesar de no haber entrado en La Rioja todavía, pero ¿Gaudi, castillos, gallos?
El cielo se va nublando lentamente y el tiempo pasa, entonces comenzamos con los ritos de puesta en marcha y seguimos camino los tres; sigue contando historias del camino, nos muestra cada posible refugio ante una lluvia, describe los campos sin siembra de invierno que permiten acortar camino si uno sabe a dónde va y le regala a Angela un cura que casi mágicamente hizo con una amapola. Cada rato grita: “Polvo, barro, sol y lluvia…” y cada vez que lo hace no puedo evitar mirar las nubes y decirle que pare, que en cualquier momento se nos va a transformar en Barro barro lluvia y más lluvia. Los temidos doce kilómetros sin pueblos se van viviendo como un paseo. Faltando tres kilómetros para Los Arcos nos sentamos bajo un pinar a descansar. El, sigue sacando botellas de cerveza y sorpresas.
Nos decora los bordones con ramas y flores “para alegrarlos y, luego cuando pasemos por una ermita, los dejemos ahí para más adelante recoger flores nuevas”; y finalmente me mata cuando me regala una vieira de Finisterra para poner en mi mochila. Habían pasado sólo tres días desde que le respondí a mi tía diciéndole que la vieira grande todavía no siento que la merezca y que ya llegaría cuando fuera el momento; y aquí está: una vieira gigante y hermosa para mi mochila; el símbolo del Santiago peregrino, del mar del fin del mundo conocido y de la apertura incondicional.
El clima está fresco y agradable, desde que se nubló estuvo así, pero mientras estábamos sentados y habiendo terminado los puchos, Pepe sugiere que sigamos porque la lluvia pinta bastante cerca ya. No pasan dos minutos de dar pasos cuando una llovizna suave empieza a mojar mi sombrero pero, sin inmutarnos, seguimos caminando. A los diez minutos crece en intensidad entonces Pepe dice:
Las lluvias de esta zona duran diez minutos solamente, pero igual les diría que si tienen capas se las pongan porque si esto aumenta va a ser más difícil luego sacamos nuestras capas de agua y él un paraguas chino bastante destrozado.
Pepe, ¿vos no tenés capa?
Si, pero me molesta usarla. Casi siempre con el paraguas basta, además, cuando pare en diez minutos lo guardo, en vez de andar doblando la capa nuevamente.
Pero la lluvia no solo no paró, sino que siguió creciendo en intensidad, también aumentó el viento.
Pepe!!!! ¿seguro que en diez minutos para?
Si, siempre para!!!. Polvo, barro, sol y lluvia…!!!
Justo pasamos por uno de sus refugios para días así pero, estando tan cerca de Los Arcos, decidimos ignorarlo y jugarnos a llegar; no quedaría más de un kilómetro.
Los Arcos nos espera atrás de esa loma grita Pepe.
Ah, bueno. ¿y la lluvia para en diez minutos, no? le digo en joda. Pepe, ¿vos no serás andaluz y nos estás mintiendo?
No, vas a ver que ya para me responde, pero no tan convencido como antes. Termina de decir esto, cuando empieza a caer un granizo que en menos de un minuto deja mis botas hechas sopa y mis manos y rodillas congeladas del frío; Angela igual, escondida tras su capa y Pepe, trata de hacer malabarismo con su paraguas que se da vuelta y se le mueve para todos lados.
Pepe!!!!, me parece que se olvidó de parar esta lluvia!!!
Si, ¿no? Hace mucho que no me pasaba esto!!
I¹m singing in the rain… canta Angela unos cinco metros atrás nuestro.
Pasada la loma vemos Los Arcos y en diez minutos llegamos. Las calles parecen ríos, alimentados por la fuerte lluvia que cae, ahora sin granizo, y por los techos de las casas que escupen agua como si fueran cascadas. No hace falta esquivar charcos ni correr la cabeza pues ya estoy absolutamente empapado. Angela y yo decidimos ir al albergue a cambiarnos primero, Pepe irá a un café y con suerte nos encontraremos antes que tome el ómnibus de vuelta a Logroño. Nos despedimos en la puerta de la iglesia, nos señala el albergue y hacia allá vamos, seguros que no habrá lugar tan tarde. Pero por suerte nos equivocamos y lo hay.
Dejamos las capas y las botas afuera junto a la colección de botas de todos los peregrinos del albergue. En la ducha me encuentro con Arnaldo que había llegado media hora antes y ni se enteró del granizo. Cuando más tarde volvemos al pueblo no encontramos a Pepe, así que lo llamaré el día que vaya a Logroño.
Los Arcos es un pueblo chico. Casi no veo casas pero si unos seis bares. Me siento en uno que no tiene ni nombre. Igual, todos están casi llenos y con gente grande. El que elegí está hasta las pelotas; todos bien vestidos, de domingo. Charlan, juegan a las cartas o ven un partido de paleta vasca que pasan por televisión, pero eso sí, separados hombres de mujeres. El más joven, debe tener unos 65 años.
Vamos a cenar Angela, Arnaldo y yo. Una linda cena, hablamos un buen rato de todo. Al volver al albergue seguimos secando las botas, cambiando el papel de diario que tienen dentro, y rogando porque mañana estén secas para no tener que caminar con sandalias.
El Camino sigue raro. Hoy el cruce con Pepe: una persona que me explica y me muestra el Camino tradicional; que prefiere salir al camino en vez de tirarse en un sillón de su casa a ver fútbol o meterse en un café a charlar todo el día con sus amigos; alguien que cada mañana, antes de levantarse, reza dos padrenuestros por los peregrinos para que puedan llegar bien ese día; un peregrino que nos regala un poco del Camino medieval en forma de bordón para Arnaldo y de vieira para mí. Un Camino distinto, con detalles, con historias. Realmente me encantó.
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