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Diario de viaje 5.

Viernes 5 de mayo. Pamplona – Puente La Reina.

Etapa 4: 23,5 km.
St. Jean – Puente La Reina: 91 km.
A Santiago: 683,1 km.

Son las ocho menos cuarto cuando salgo de Pamplona. Acabo de dejarle al recepcionista del hotel mi chaleco de Kenia, cosa que me dolió un poco. Es un día de sol hermoso. Siento que las piernas no son las mismas que tenía cuando entré en Pamplona, diría que me las cambiaron. Están más cansadas, más blandas, más doloridas.

Muchas veces, mientras camino pienso en la comodidad de un coche, pero me rompe los esquemas el saber que en media hora, como mucho, haré lo que me lleva un día de caminata. Habría muchísimas cosas que no vería y muchísimas otras que no sentiría pero me dolería mucho menos todo el cuerpo y no tendría que llevar semejante mochila. Hasta hoy, digamos, que hubiera bastado con una de las mantas de viaje que hay en casa, más una bolsa de dormir de sábana, sin relleno ni nada. Pesarían menos, ocuparían menos espacio y sería mucho menos lío armar y desarmar cada día; voy a ver si lo consigo en Logroño a un precio razonable.

Llego a Cizur Menor con la ilusión de desayunar pero me es imposible encontrar un bar abierto así que me conformo con cargar la cantimplora de agua y, sin nada en el estómago, sigo camino. Más bien, sigo andando, porque el camino lo pierdo cuando sigo derecho por la calle principal como caballo e lechero en vez de desviarme por el frontón. Vuelvo a encontrarlo así que sigo una ruta de tierra que no tiene nada interesante; sólo muestra plantaciones y más plantaciones y luego, una que otra ondulación hasta la Sierra del Perdón, allá a lo lejos. Sierra que por algún lugar cruzaré dentro de un rato.

Porque el Camino es así, uno ve a lo lejos el camino que va a hacer, los paisajes por los que más adelante se pasará aunque uno nunca sabe por dónde exactamente. Ahora, por ejemplo, tengo toda la sierra cortándome el paso. Ruego que tenga que pasar por las partes más bajas de la misma y no por la cima alta con una casita al lado; igual, es casi imposible descubrirlo. Toda la sierra está coronada con molinos de viento modernos, estructuras gigantescas con hélices de tres aspas. No sé cuantas serán, pero son muchas y le da un aire muy imponente.

A eso de las diez y media paro al borde de un arroyo justo antes del pueblo de Guenduláin. Me llama muchísimo la atención, no por la belleza ya que la maleza lo cubre totalmente, sino porque es impresionante la cantidad de pájaros que cantan sobre el ruido del agua deslizándose de fondo. Me transmite paz, me deja cargar un poco de energía y me permite hacerme un pucho y descansar un poco. Me encanta. Estoy colgado del séptimo cielo cuando pasa Arnaldo, el brasileño fotógrafo, que durmió anteayer en Trinidad de Arre y anoche en Cizur menor. Charlo un rato con él, anda con una pierna bastante dolorida y por eso hizo etapas cortas; sigue camino y se va, pero nos iremos cruzando a lo largo del día.

Me pongo en marcha nuevamente y luego de un rato paso por Zariquiegui, pueblo chiquito que no tiene nada para darme de comer así que programo parar cuando llegue al alto de la Sierra del Perdón. En la iglesia de Zariquiegui hay un grupo grande de extranjeros vestiditos de peregrinos y al lado un ómnibus gigante los espera. Creo que estoy entendiendo cómo es esto de la armada suiza o, en este caso, alemana. El ómnibus los acerca a un pueblo, el guía les explica las cosas que haya que explicar y luego hacen alguna etapa caminando ­en este caso el Alto del Perdón­, ahí el ómnibus los cruza, si alguno se quiere subir, lo hace, sino siguen hasta el próximo pueblo donde los vuelve a intereceptar el bus. Así, hasta que los sube a todos y se los lleva a dormir a algún lugar. Puede que sea una forma más cómoda de hacer el Camino de Santiago, sintiéndolo un poco en los pies y otro poco en la cola.

Pero bueno, paso de largo Zariquiegui luego de saludar al grupo, y empiezo la subida. Es cansadora, pero no me asusta demasiado. Poco a poco se va haciendo, paso a paso se va subiendo y eso, que desde abajo parece la peor tortura, de repente se convierte en un hecho consumado salvo el pequeño detalle de no haber encontrado la representación moderna de la fuente reniega y que luego, una vez sentado arriba, encuentro a solo cinco metros del camino por el que pasé y que no vi porque venía con los ojos fijos en el piso o en los molinos de viento. Un par de veces, mientras subía, paré y miré para atrás. La vista se pierde en los Pirineos, es decir, todo el tramo que he caminado en estos días. Agradezco haber mirado antes de llegar, porque ahora hay una neblina y unas nubes que no se llega a ver aquello ni de casualidad. Al toque llega el grupo inmenso, y luego Arnaldo.

El Alto del Perdón tiene una continua estructura de hierro con formas humanas que es un monumento al peregrino con un cartel que dice: “Donde se cruza el Camino del viento con el de las estrellas”, los molinos de viento con su continuo zumbido grave y una carretera que va todo a lo largo del cresteo.

A esta altura ya siento muchísimo el no tener un desayuno encima, sólo con un café la cosa se hace bastante difícil y ayuda a que la ansiedad natural del camino se expanda y abarque también el sector culinario de mi alma así que ahora, no solo estoy ansioso por llegar a Puente La Reina sino que también lo estoy por llegar a algún bar y comer algo.

Miro el paisaje hacia donde me dirijo… dice la guía que se ve hasta Óbanos pero, salvo que me pongan un cartel ­tipo Microsoft Encarta­, ni cuenta me doy cuál es cual entre los pueblos que veo. Solo puedo identificar vagamente a cuál de ellos me dirigiré ahora y esto, por un rato, siempre es alentador.

Creo que corresponde explicar porque “por un rato” solamente es alentador ver el pueblo a donde uno se dirige.

Las subidas, cuando uno no está acostumbrado y para colmo fuma, se hacen durísimas no solo para ciertos músculos de las piernas sino también para el pecho, por eso cuando uno llega a la cima y ve la gran bajada del otro lado se relaja; pero la gran diferencia que tenemos los peregrinos a pie de los de bicicleta es que para nosotros la bajada es casi tan difícil y cansadora como la subida. Ya no falta el aire cuando uno baja, pero esta dificultad es reemplazada por la de “peligrosa” porque descender con unos cuantos kilos en la espalda por un sendero de tierra y piedras, hace en las piernas el mismo efecto que una brutísima sesión de kinesiología dada por uno de los titanes en el ring. La única forma de no romperte algo es encomendándote a un par de dioses paganos o ir más despacio, entonces aquel pueblo que uno ve tan cerca desde arriba no llega nunca, y los tobillos piden por favor, y los dedos de los pies se escrachan contra la parte delantera de la bota. Entonces paro, me ajusto los cordones muy fuerte y eso evita que mis dedos se aplasten, pero se me corta la circulación del pie.

A la media hora llego a Uterga. Encuentro una casa con las puertas abiertas donde sirven pinchos y bocadillos, pero como quiero llamar a mi viejo por su cumpleaños sigo hasta Muruzábal tres kilómetros más adelante. En el camino me cruzo con dos peregrinos que venían enojadísimos porque no vieron una flecha y siguieron de largo andando un kilómetro y medio de ida y otro igual de vuelta al pedo. ¡Tres kilómetros de más! Joder, no me gustaría vivir eso así que intentaré estar más atento.

Cuando llego a Muruzábal me empino dos naranjadas y un bocadillo de chorizo. Llamo a lo del viejo pero ya se había ido a laburar.

Al ratito llega Arnaldo que toma algo rápido y sale rumbo a la ermita de Nuestra Señora de Eunate. Dicen que es muy bonita pero, para llegar a ella, hay que desviarse tres kilómetros. Lo siento pero yo paso, todavía no estoy para alargar nada.

Sigo caminando hasta Óbanos. La paso sin parar, pero me queda la impresión de que es un muy lindo lugar. Llego a Puente La Reina a eso de las dos y media de la tarde; el refugio ya esta lleno así que voy al refugio de peregrinos del hotel Jakue acordándome de la recomendación de Salva. Y vaya que lo es. Me cobraron mil pesetas ­en vez de las quinientas que suelen cobrar los refugios por acá­ pero tiene baños limpísimos, lavadora y secadora y hasta sauna!!! Dicen que lo prenden por quinientas pesetas. Además, como hay mucha menos gente, elegí una cama opuesta a las que ya están ocupadas quedando solito en una esquina.

Esta vez tampoco lavé, con la excusa de no tener donde colgar la ropa. Y usar una lavadora y una secadora por una remera, un calzón y un par de medias me pareció absurdo. Pero la verdad del asunto es que estoy muy ansioso, a la mañana no hice Tai-Chi por ponerme a caminar y ahora no lavé por no perder la tarde sabiendo que me puede llevar solo diez minutos. Y no entiendo bien la razón de mi ansiedad.

Si no hay nada que hacer más que sentarme, mirar, escribir y pasear un rato. Tendré que ir viendo qué pasa con mis fuegos y aires.

Paso por el verdadero albergue de peregrinos y ahí me indican donde sellar. Luego me cruzo a la iglesia del crucifijo, donde está el Cristo en una cruz en forma de Y pero con otro palo al medio de la cuña; al salir tomo la calle mayor, una callejuela con casas y negocios bien del estilo de las que vengo viendo por Navarra. En la calle mayor está la iglesia de Santiago que también visito.

Andaba con ganas de tomarme un café, pero como no vi ningún bar en el pueblo que me llame la atención compro una coca, un agua y camino hasta el famoso puente de La Reina. Al llegar me siento a orillas del río, justo debajo del puente. Hago Tai-Chi, tomo mi coca, escribo un poco y me quedo un rato. En eso se nubla con aires de tormenta así que vuelvo rajando al hotel albergue para tomar un café en la cafetería ­que está muy linda­ y luego decidiré donde ceno.

Pienso en la caminata de hoy y lo primero que me viene a la cabeza es la situación de caminar solo. Me gustó vagar por mis soledades.

El camino de Santiago. Cosa rara realmente.

Recuerdo lo que todos decían al despedirme: “que encuentres lo que buscás”. Y parecerá extraño, pero realmente hoy ya no sé qué busco. Aunque si sé que busco algo.

Hasta ahora siento que día a día aprendo cosas nuevas o verifico otras ya vividas. Hoy nuevamente pasó que lo que iba deseando se iba cumpliendo; deseé sol y lo hubo, muerto de calor se nubló, y así fue pasando el día. A tal punto, que me pareció importante cuidarme de lo que pensaba.

A diferencia de los días anteriores, hoy caminé con Andy ­mi mujer­ todo el día: planté semillas con cada paso, hice izquierda – derecha, izquierda – derecha y pedí mil veces porque esté bien; también pensé un poco en el viejo. No sé cuántos años cumple, pero me suena mucho que son 65 ­le pifié por uno­ y yo me vine a hacer el camino. En un mail me contó que él agarró una pequeña mochila, un pullover, un chaleco, la Bessamatic, una revista y el libro “Diario de un mago” de Coelho y con eso se fue a caminar por el tren de la costa; creo que intenta entender qué se siente, porqué hago esto, cuál es el motivo por el que su hijo cruza el océano, separándose de sus cosas, para ir a caminar, caminar y caminar. Intenta comprenderlo. Mientras yo, que estoy aquí, siento que todavía no tengo ni una pequeña idea de lo que estoy haciendo. Solo doy pasos, uno delante del otro y recorro un Camino que, si no fuera por la historia, juraría que es un invento de la España moderna para asegurarse el turismo de la zona.

Pero el Camino sigue y recién cumplí la cuarta etapa de treinta o treinta y pico que son. Es extraño, pero me siento en esto desde hace muchísimo más. En sí, hoy estoy, matemáticamente, a 683 km. de Santiago, y he avanzado 91 km. en cuatro días.

No me he mezclado nada con los otros peregrinos. Sé que hay tiempo, pero debo admitir que tanta gente al principio y tanto brasileño ayudó a que me meta dentro mío y no quiera salir. Acá en el Jakue, se alojaron dos franceses y el resto es Germano ­llámense alemanes, suizos, austríacos­. No veo muchos españoles en el Camino todavía, puede que no sea la época aún.

Salgo del refugio para buscar un teléfono público en el pueblo pero me cruzo con Arnaldo y vamos a comer a lo de Jonny; chuletas de cerdo, papas, ajíes y no sé que más con una copa de vino de mesa, que sabe tan rico como uno de los caros argentinos. Muy linda charla. Buena cena.

Vuelvo al albergue y me acuesto, obviamente, luego de hacer un quilombo de aquellos en la habitación sacando la bolsa y acomodando las cosas cuando ya todos duermen.

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