Diario de viaje 4.
Miércoles 3 de mayo. Zubirí – Pamplona.
Etapa 3: 20,8 km.
St. Jean – Pamplona: 67,5 km.
A Santiago: 706,6 km.
Me despierto tipo siete. Siete y media encuentro a Caio en el café, desayuno y salimos. Apenas agarramos el sendero me pego una patinada de aquellas ya es la segunda y me voy al piso; es casi imposible no perder el equilibrio con una mochila tan pesada. Caigo con la mano izquierda que me queda doliendo por un buen rato.
Pasamos por Ilarratz y Ezkirotz, dos pueblos chiquitos muy lindos, todos con casas antiguas de piedra. En el primero casi me convierto en calcomanía de un camión de basura cuando ambos dábamos marcha atrás. Ahí nos cruzamos con el brasileño fotógrafo otra vez. En Larrasoaña buscamos un café para comer algo y descansar un poco de las picadas que suben y bajan, al pedo, pero constantemente.
En estos días, todo está muy embarrado por las lluvias de la tarde, así que las sendas se hacen bastante complicadas por momentos.
Salimos de Larrasoaña acortando por la ruta, ya que nos permite hacer mejores tiempos y no cansarnos tanto por alternar caminos. El camino es una mezcla entre lindísimo y feo, ya que por momentos bordea el río entre vegetación y colinas hermosas o pasa al lado de casas bien medievales pero, otras veces, comparto el camino con toda la mierda de la civilización: una cantera entre Zubirí y Larrasoaña, fábricas inmensas o pueblos modernos producto de la industrialización que nunca tuvieron algo de respeto por la estética de la zona.
Cinco kilómetros antes de Pamplona llegamos a Trinidad de Arre cruzando el río por un hermoso puente-dique que está pegado al albergue de las monjas del que tan bien me han hablado. Caio tiene pensado quedarse ahí pero, buscando un lugar donde esperar hasta que abra, desistió de la idea y decidió seguir hasta Pamplona. Desde acá hasta Pamplona ya todo es urbano; es como que uno entra en los barrios periféricos, cosa que hace bastante larga la entrada. Nos cruzamos con las japo-brasileñas y con ellas seguimos andando hasta la ciudad. Vuelvo a cruzar el río Arga, justo antes de entrar, desde donde se ve la impresionante muralla que hace de límite de la ciudad. Entro entre paredones de piedras y luego entre calles muy antiguas y pintorescas. Nos dirigimos al albergue, donde sello mi credencial y vuelvo a la ciudad con la intención de conseguir un hotel. No encuentro los hostales que me recomendó la hospitalera del albergue así que me meto en la Perla, que de Perla no tiene nada y que tampoco es muy barato que digamos.
Disfruto por un buen rato de una ducha caliente y del baño para mi solo. Luego voy a buscar una lavandería donde lavar ropa ya que en estos días de caminata no tuve ganas de hacerlo. Luego de dejar una bolsa infesta de prendas me dirijo a la oficina de turismo y ahí me encuentro con Caio. Es impresionante la capacidad que tiene para estar siempre justo en el lugar por el que paso. Cuando le cuento que tengo planes de ir a chequear mail, se engancha y dice que me acompaña. Cuando miro el mapa veo que el cybercafé queda muy lejos, pienso en postergarlo pero me convence de tomar un taxi cuando me cuenta que vale tres dólares ir hasta la otra punta de la ciudad. Rara sensación la de viajar en coche. Luego de un par de horas volvemos a buscar la ropa y nos separamos hasta la cena, ya que él mañana sigue camino y yo me pienso quedar un día en la ciudad.
Voy a la plaza mayor, donde está ubicado el hotel, y que está rodeada de bares. Ahí me siento a leer mails y escribir por un buen rato hasta que sea hora de cenar.
Nos encontramos en la puerta de mi hotel y, casi sin rumbo, buscamos algún lugar donde meternos. Encontramos un restaurante con menú, donde comemos bastante bien realmente. Ahí Caio me muestra un reloj pulsera que se compró, ya que a partir de mañana le toca viajar “solsinho” y sin reloj se desubica mucho. Me pareció raro, ya que es una de las cosas que más me arrepiento de haber traído, pero bue, cada uno vive sus ubicaciones como puede, ¿no? Lo acompañé hasta el hotel y nos despedimos, sabiendo que el camino es largo y nos volveríamos a encontrar; luego volví lentamente mis pasos hacia La Perla.
Jueves 4 de mayo. Pamplona.
Me despierto despacio y me hago un par de capuchinos antes de salir. Luego voy a recorrer un poco la ciudad y de paso hacer algunas compras: un pantalón de pierna desmontable, un chaleco, un cinturón con cierre adentro para el dinero y una correa desmontable para ver si puedo encontrar una forma de llevar la cámara de fotos afuera.
Mañana vuelvo al camino. Se siente raro, pero tengo ganas de avanzar. Lo único que no me convence es el tema de los refugios, más que nada por los baños compartidos y los ruidos nocturnos y mañaneros. Teóricamente iré hasta Puente la Reina, donde se une el camino que viene desde Somport con el que estoy haciendo yo, pero caminaré solo otra vez ya que Caio y las japo-brasileñas teóricamente se fueron hoy. Tengo ganas de salir.
No hice nada interesante el resto del día en Pamplona: rehice la mochila, leí un rato, paseé otro, luego cené en el mismo lugar que la noche anterior y finalmente volví al hotel para acostarme temprano y así no salir muy tarde al día siguiente.
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