Diario de viaje 34.
Lunes 5 de junio. Palas de Rei Ribadiso da Baixo.
Etapa 33: 25,9 km.
St. Jean a Ribadiso da Baixo: 732,7 km.
A Santiago: 41,6 km.
Un amanecer tranquilo. Un desayuno, cambio de guita y una caminata cada vez más larga en fuerzas que en kilómetros. Son sólo veintiséis pero los pies duelen y las ampollas que quedan se me hacen imposibles de curar. Veintiséis kilómetros, hubo momentos en que los cumplía casi arrastrándome y otros en que fue un simple detalle; en cambio ahora me lleva casi todo el día, de diez de la mañana hasta las siete de la tarde. Y es así.
Disfruto cada paso, cada foto. El clima ayuda, brindando una mezcla de sol, viento frío y algunas nubes ocasionales. El Camino entrega páramos pequeños, bosques de eucaliptos y robles o vegetación cerrada. Los pueblos se suceden muy seguidos, tanto modernos como viejos con construcciones de piedra. Piedra con historia. Viejas y abandonadas casas que se venden o se caen, vencidas ya por el tiempo y la tristeza de la soledad.
Pero las agujas de los relojes giran sin parar. Y miro la iglesia de San Xulián. Ahí se detuvieron. Y el cruceiro, a mi derecha, se desliza suavemente desde su centro alejándose de él. Paralelo en horas al derrumbe de la casa de enfrente y el emigrar de los jóvenes del pueblo.
Situación similar a la que viven muchísimos pueblos de España, que se van desarmando de a poco. Tan lentamente que nadie se había dado cuenta hasta que un día, en una misa, la persona más joven para oficiar de monaguillo tenía 57 años.
El mundo real dejó el campo y emigró a la ciudad. Y la gente fue con él. A hacinarse en pajareras inmensas, entre ruidos y olores imposibles de separar entre si. O a vivir dentro de hórreos inmensamente fríos y sin personalidad. Mi paso cansado también deja San Xulián.
Cruzo una señora bajita, bordón en mano, sentada ante un portal frente al río Furelos. Descansa a la sombra del edificio “pues cuando uno camina debe descansar.” Lo único que se me ocurre en ese momento es que tiene mucha razón.
Pasa Melide de largo y paramos a comer algo a la salida de la ciudad. Hasta Ribadiso da Baixo nos rodea un paisaje muy lindo entre bosques de eucaliptos y cruzando ríos constantemente. En ningún momento aparece la tienda que la hospitalera de Melide anticipó que encontraríamos para comprar comida, así que encomendamos nuestra cena a la providencia.
Llegando a Ribadiso vemos un bar. Están Casey y Vero, el uruguayo Quino con su esposa brasileña y el grupo de americanos por supuesto, comiendo. Habrá cena, así que vamos al albergue tranquilos.
Este es impresionante. Cómodo, excelentes duchas con la particularidad de tener dónde apoyar la ropa mientras uno se ducha y que son más de tres. El albergue está a orillas del río Iso y es realmente espectacular. Lástima haber llegado tan tarde, pero prefiero esto a no haber llegado o haberlo pasado de largo.
Al anochecer subo nuevamente al bar y ceno con Caro y Nati. Más allá siguen comiendo los americanos y en cada mesa del lugar hay peregrinos. Estamos terminando cuando empiezan a cantar en la mesa de al lado, así que agarramos las copas y vamos hacia allá. Está Mónica, la del albergue de Ruitelán; su compañera, Paca, de Logroño que canta excelente; Joaquín, un personaje mezcla de Don Quijote y Juan Luis Guerra bastante divertido y bastante borracho ya y Antonio, un señor copadisimo compañero de Joaquín. Al rato de estar cantando, entra Toño. Tarde para llegar, incluso para mis horarios. Lo invitamos a sentarse con nosotros pero no quiere, prefiere ir al albergue y encontrar un lugar donde dormir.
Cantamos por un buen rato canciones de todo tipo. Es emocionante escuchar melodías tradicionales españolas, pero lo es mucho más cuando estoy a dos días de Santiago y con algunos tintos encima. Pero como todo lo bueno acaba, al menos por un rato, el restaurante cerró y hubo que volver. Bajamos la cuesta cantando y, luego de unos cigarrillos a orillas del río, me voy a dormir. Bah, más bien a morirme de frío a la cama.
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