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Diario de viaje 30.

Jueves 1 de junio. Ruitelán ­ Alto del Poio.

Etapa 29: 17.9 km.
St. Jean ­ Alto del Poio: 629,8 km.
A Santiago: 144,5 km.

Me termina de despertar la música clásica de películas, largó con Wagner y la música de Apocalipsis Now y luego fueron pasando. Carlos nos espera con café, tostadas, torrejas, manteca, dulce de manzanaS bah, de todo; un verdadero desayuno. Salimos a las 9:40, medio tristes de dejar a Luis y Carlos, realmente dos tipos del carajo. Nos dirigimos directo a O Cebreiro, última gran subida del camino y comienzo de Galicia. Es una subida larguísima pero que no me mata tanto como pensaba que iba a hacerlo; los paisajes que voy dejando son uno más impresionante que el otro: de entrada siguiendo el río Valcarce casi hasta el nacimiento, luego las vistas panorámicas del valle, los pueblos pequeñísimos del caminoS Recuerdo lo que me decían: “Galicia es tierra de meigas, les va a gustar, tiene mucho verde, mucho arroyo, mucho prado lindo”.

Llegando a O Cebreiro cruzo el límite provincial. Bueno, finalmente he llegado a Galicia, pienso. De más está decir que en el camino cruzo toda clase de peregrinos sin mochila; uno incluso, con teléfono celular hablando con otro que iba por el camino de los ciclistas; de estos últimos, muchos subieron sin las bicicletas y las mandaron en una combi. Muy loco realmente. Al llegar me siento en el borde y miro todo el paisaje caminado. Siento que puedo ver hasta los Pirineos. Me transporto por cada lugar que fui pasando en todo este mes y me emociono. Me era casi imposible verme acá, en la entrada de Galicia, a 630 kilómetros de aquel pequeño pueblo llamado St. Jean Pied de Port donde hace un mes arrancaba este impresionante Camino con más miedo que fuerzas.

O Cebreiro es un pueblo hermosísimo. La iglesia acogedora, tiene un grial santo del siglo XII. Muchos bares y restaurantes con construcción de piedra y techos de paja se dejan ver por sus pocas calles. Creo que son pallozas, la construcción típica de la zona. Los paisajes son impresionantes y la gente del lugar se diferencia muchísimo de lo que conocía, todos hablan gallego y, si llegan a hacerlo en castellano, lo hacen con un canto y un acento bastante divertido y particular. Paramos a almorzar en casa Carolo. Una picada con queso, chorizo y jamón casero. El pan también es casero. Pero fue medio fiasco ya que el chorizo era fuertísimo, el jamón crudo bien gomoso y el pan escaso y no muy rico, pero fue divertido el lugar, tan bonito como el pueblo. Y está bien.

El Camino se demuestra en diversas formas. En sí la aparición de Luis, en un comentario en Astorga la primera vez, luego curándole el pie a Caro por medio de la energía en Villafranca y ahora en su albergue en Ruitelán. ¿Porqué aparece una persona que mezcla las creencias como yo? Entre otras cosas ahora empieza Galicia: “la transformación” según Atienza; “tierras verdes con mucha agua, tierra de meigas”, según Luis. Camino de Santiago, ¡cómo te respeto ahora!.

Luego del O Cebreiro tomamos una nueva senda con plantas terriblemente ansiosas de crecer. Esta senda fue abierta hace poco con una topadora, y los restos tirados a los costados del camino, esparcieron alguna semilla de algo parecido a helechos, da gusto ver la fuerza de sus tallos y el verde claro y sano que tienen. Primero va toda en subida y luego baja hasta Liñares, después pasamos Hospital y finalmente un subidón fatal hasta Alto do Poio. Esta última subida tiene como mucho 150 metros, pero luego de todo un día de caminata y subidas se nota; además, el cielo viene cargado como nunca. Cuando piso el bar, para preguntar si ahí está el albergue, se larga un aguacero impresionante que, en menos de diez minutos se convierte en un granizo desgarrador. Cada vez estoy más seguro que alguien me sostiene la lluvia hasta que entro a resguardo. La señora Remedios, la dueña del bar, sale a los gritos para que cierren puertas y ventanas, siento que está realmente asustada. Y me acuerdo de las meigas.

Cuando para de llover veo el albergue, un cuartucho donde guardan la mercadería, dividido con sábanas. Del otro lado hay un baño con una ducha y unas cuantas literas. Realmente feo, pero el hecho de que esté vacío me simpatiza; aquella mañana con los franceses fue algo demasiado fuerte así que ahora intento programar los días de tal manera que no tenga que compartir refugio con los maratónicos peregrinos que también hacen el Camino en esta época. Me ducho y salgo a ver Alto do Poio. Es en sí, un hito en el Alto: una casa de cada lado de la carretera, un albergue en cada casa, un bar y un restaurante en cada una también, y la vivienda de los dueños. Eso es todo el pueblo. Tiene, eso sí, una vista privilegiada, para un lado se ve hasta Cebreiro y un poco más, para el otro vaya a saber cuanto. Investigo el restaurante de enfrente, pero no solo no me gusta sino que ya está dándole de cenar a tres franceses ­son las siete de la tarde­, así que salgo despedido de vuelta al mío. Respecto a la cena me dice que luego arreglamos que queremos y ellos nos lo cocinan, y que me quede tranquilo porque cierran tarde. ¿tarde?, ¿quién viene hasta las dos de la mañana?, pregunto. “La gente de los pueblos vecinos”, me contesta la chica que atiende. Creo que me está gastando.

Me siento a tomar un café. Y pienso nuevamente: “Galicia. Hoy pasé el hito que me anuncia que empieza. Pero los cambios que siguen al hito, la contextura de la gente, el idioma, el carácter, la comida, las casas y sobretodo el paisaje lo confirman. Montañas llenas de vegetación, las ondulaciones se suceden y cruzo más de cuatro o cinco horizontes diarios. Los pueblos se achican y se suceden cada poquitos kilómetros, ya no pasan de dos o tres kilómetros entre si. Mucho ganado y construcciones orientadas a enfrentar el frío y la humedad. A mí me sigue costando enfrentar a estos dos ­ frío y humedad­. El atardecer cae con un manto helado y un viento que matan. Es más, lentamente me congelo cada noche.

Las chicas terminan de bañarse. La ducha, sin rejilla termina convertida en pileta de natación, pero bueno, o le ponen una rejilla o un trapo para secarla o la limpiarán cada mañana, ¿no? Nos juntamos en el bar luego de ver un rato los paisajes impresionantes y pedimos la cena que habíamos arreglado: tres terneras, una ensalada de lechuga y tomate y una tortilla de papas con cebolla, todo con vino tinto, obviamente. Diría que es otra de las mejores comidas que he probado en el Camino. Mucho gusto casero, nada de apuro. Comemos tranquilos mientras va llegando gente al bar a jugar a las cartas. Luego hacemos una larga sobremesa donde charlamos un poco de todo.

Luego de cenar, cuando nos vamos a despedir de la gente del bar, me asombro: ya son como diez personas reunidas jugando a las cartas, así que la chica no me había mentido. Salimos un ratito a caminar por la ruta unos cuantos metros para alejarnos de los restaurantes y ver la Vía Láctea, ahí arriba, la que nunca me marcó el camino porque cuando ella salía yo ya estaba durmiendo. Pero me saqué las ganas. La saludo y voy a dormir.

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En mi trabajo quiero transmitir sensaciones. Transportar al espectador a la simpleza, la perfección y lo asombroso del mundo natural, a esos momentos mágicos de conexión con éste, donde la maravilla del universo se traduce al lenguaje cotidiano por medio de líneas, planos, texturas y colores. Más en mi biografía.

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