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Diario de viaje 28.

Martes 30 de mayo. Ponferrada ­ Villafranca del Bierzo.

Etapa 27: 22.5 km.
St. Jean – Villafranca del Bierzo: 591,3 km.
A Santiago: 183 km.

Y el martes me amaneció en una cama detestable. Noche difícil si las hay; me levanté con todos los huesos y músculos doblados o fuera de lugar. Armo las cosas, toco la puerta de las chicas, calentamos agua para el mate y salimos de la pensión Roma. Toño seguirá por su cuenta. Paramos en un supermercado donde compramos galletas, jabón y una tarta de Santiago para desayunar. Diez minutos después nos hacemos unos mates bajo una glorieta en una plazoleta de Ponferrada. Mientras tomamos mate, llueven pétalos de flores sobre mi. Cosa rara.

Finalmente salimos de la ciudad tras una larga caminata entre calles y rutas; pasamos por Columbrianos y luego por Fuentes Nuevas, donde paramos a tomar un café. La caminata va mejor que ayer pero nada realmente sorprendente o inolvidable. Muchísimo calor, eso si. Largos sectores bordeando la ruta y otros entre cultivos, siempre subiendo y bajando lomas. En la última senda, casi me lleva puesto una camioneta que viene haciendo rally. Detrás de ella viene una máquina agrícola a todo trapo, nos corremos a un costado pero notamos que los rastrillos llegan de lado a lado de la carreterita, así que nos aplastamos como podemos contra una pared. Casi nos lleva puestos igual.

Llegando a Villafranca entramos en el albergue municipal donde la hospitalera nos explica cómo llegar al Ave Fénix, el refugio de Jato: “salgan del albergue por esa salida, caminen media cuadra y ahí está”. Pasamos por al lado de la Puerta del Perdón, puerta por la que uno pasa y, si está enfermo o imposibilitado de seguir camino por causas físicas, obtiene las mismas indulgencias o favores que hubiera obtenido llegando a Santiago. Pero, para variar, la iglesia de Santiago ­donde está dicha puerta­ está cerrada, así que suerte que estoy bien de salud ya que es más fácil llegar a Santiago que derribar semejante portón.

Entramos al refugio y nos atiende Angel. ­ Por la hora que llegan creo que sé la respuesta, pero igual quiero hacerles una pregunta ­nos dice­ ¿Ustedes van a Santiago o hacen el Camino? ­ Me encantó esa pregunta. Hacemos el Camino, Angel. ­ Ya me lo imaginaba. Parece que la mayoría sólo quieren ir a Santiago; no entiendo porque no se toman un ómnibus.

El comedor del albergue es un verdadero refugio. Carteles por todos lados pidiendo colaboración para las obras de reconstrucción del viejo hospital de peregrinos ­que según dicen supo estar donde ahora está el Ave Fénix­; otro cartel pegado sobre una computadora apagada dice así: “No tenemos Internet. No tenemos la llave de la iglesia. La subida al Cebreiro es muy dura. Son 30 kilómetros y la mayoría en subida”.

Otro cartel ofrece los servicios del albergue para la dichosa y famosa subida: “Subida de mochilas al Cebreiro, 300 pesetas”

Angel llena el cuaderno del albergue con nuestros nombres y nos sella la credencial. Nos ubicamos al final de una larga serie de literas en el primer piso, nos bañamos, lavamos ropa en el lavarropas y tomamos unos mates. Ahí le pregunto a Angel si puede verle el tobillo a Caro porque le está doliendo mucho. El nos manda a Luis, hospitalero de Ruitelán ­nos habían recomendado su refugio en Astorga­, que viene, habla un poco con Caro y acerca las palmas de sus manos al tobillo de ella. Luego lo hace otra vez, siempre sin tocarla. Ella cuenta que siente calor, cuando Luis termina Caro se para y dice que no le duele más. Es el primer contacto que tengo con el Reiki, nunca antes lo había visto hasta ahora. Al rato pasa algo que tampoco había pasado antes: viene Angel y me dice que le echara un ojo a un peregrino que llegó al final. El ya lo conoce, había sido hospitalero hace tiempo pero solía usufructuar con las cosas del Refugio y más de una vez timó a alguien. Me pide que cuando pase por las literas mire que esté más o menos por donde puso sus cosas. Cosa de mierda pienso, hace un mes que no me cuido de nada, y no me gusta tener que desconfiar de alguien, pero bueno, ¿qué le va a hacer, no?

Seguimos charlando y escribiendo, hasta que los franceses nos piden que apaguemos los cigarrillos porque van a cenar. Directamente salimos a dar una vuelta por el pueblo. Villafranca del Bierzo es una villa hermosísima, ya dentro del cordón montañoso que separa León de Galicia. Vemos las iglesias ­desde afuera como siempre­ y charlamos con la gente del lugar; paseando, pasamos por el taller de un escultor llamado A. Nogueira. Habíamos visto una obra en la plaza de Camponaraya, pueblo que cruzamos hace unas horas. Nos hace pasar a su taller y nos muestra su galería. Me gustó, y las chicas habiendo estudiado bellas artes y habiéndose especializado en escultura estaban sacadas de las ganas de meterse en el barro a esculpir. Terminamos el paseo en una pizzería.

Luego volvemos al refugio, charlamos dos minutos con Angel y la esposa de Jato y finalmente nos vamos a dormir. Al subir a la tercera litera de arriba bajo el techo a dos aguas, no anticipo lo peligroso que sería. Pero lo fue, ya que acostándome me golpeo la cabeza como cinco veces con la viga que sostiene el techo. Finalmente me duermo, no sé si por el sueño o por los golpes que me pegué.

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En mi trabajo quiero transmitir sensaciones. Transportar al espectador a la simpleza, la perfección y lo asombroso del mundo natural, a esos momentos mágicos de conexión con éste, donde la maravilla del universo se traduce al lenguaje cotidiano por medio de líneas, planos, texturas y colores. Más en mi biografía.

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