Diario de viaje 25.
Sábado 27 de mayo. Santa Catalina de Somoza – Rabanal del Camino.
Etapa 24: 11,1 km.
St. Jean – Rabanal del Camino: 536,1 km.
A Santiago: 238,1 km.
Amanezco tipo ocho. A las nueve y cuarto estoy en el bar preparado para engullirme un Cola Cao bien caliente. Luego de una charla con el hospitalero que a esa hora atiende el bar salimos a la ruta sin tener muy claro cuál será el destino de hoy. El camino va todo sobre andadero, es decir, senda de piedritas pegada a la ruta asfaltada por la que no va nadie; en conclusión: vamos por la ruta. A cuatro kilómetros y medio llegamos a El Ganso, pueblo bonito y también de piedra. Del bar está saliendo Sergio para seguir camino. Lo saludamos, y entramos. El bar se llama “el Cowboy” y lo atiende Ramiro, el dueño. Un personaje bastante extraño. De por si, nunca se me ocurriría encontrar un español viviendo en un pueblo tan chico que sea tan copado de los cowboys y esas cosas. Todo el bar está decorado con cosas estilo lejano oeste, pero queda clarísimo que estás en España en el bar de un personaje. El café se torna divertido, Ramiro cuenta chistes machistas o habla simplemente boludeces. Ya habíamos tomado lo que queríamos y nos estábamos yendo, cuando se sienta en la mesa con un café en la mano. Así que seguimos charlando, contando chistes y un poco de todo.
Retomamos el camino que sigue teniendo fondo de montañas. Intento descubrir la cruz de hierro por donde pasaremos dentro de poco, pero no la veo ni de casualidad. El paisaje es montañoso y con bosques, muy parecido a ciertas zonas de Neuquén o Río Negro.
Llegamos a Rabanal del Camino al mediodía. Típico pueblo de montaña que me encanta. Los dos bares son casi perfectos y dan para quedarse un par de horas escribiendo. Voy a ver los refugios: el primero, de la cofradía inglesa está muy limpio y lindo, pero el hospitalero es inglés y eso es algo que no me termina de gustar, sigo prefiriendo que sean españoles; el segundo, el de Nuestra Señora del Pilar, directamente me encanta, tiene un gran patio central rodeado por el albergue en sí, el comedor, un bar que todavía no abrió y algunas habitaciones privadas; en el primer piso tiene balcones que deben ser de las habitaciones superiores. En el patio están los peregrinos tomando sol, lavando ropas o descansando. Es como imaginaría una casa medieval con el lugar para el ganado y la gente. Y, como si esto fuera poco, a la noche será la inauguración del bar del albergue así que habrá cena gratis para los peregrinos por la fiesta. Decidido. Ni voy a ver el tercer albergue.
Llamo a las chicas, les explico y decidimos quedarnos. No viene mal lavar un poco de ropa, descansar un rato, escribir y tomar unos mates. Y eso es lo que haremos toda la tarde. A las siete, vamos todos a las vísperas que se celebran en la iglesia del pueblo. La iglesia está llena así que me acomodo en una de las paredes laterales. Tres sacerdotes, bastante jóvenes, ofician las ceremonias de esta iglesia en canto gregoriano. Algo hermosísimo, el sonido tan puro, el sentimiento tan fuerte… Me mata. Me hace sentir indigno; no creo merecer tal ofrenda, tal regalo. Se estremece mi cuerpo una y otra vez y me hubiera encantado llorar, expresarme. Cuando termina la ceremonia me quedo un rato. Realmente impresionante.
Cuando vuelvo al albergue ya hay ambiente de fiesta. Las mesas se convirtieron en soporte de tortillas, chorizo, pan, quesos, tartas empanadas, les dicen ellos de carne y de atún y abundaba, obviamente, un vino tinto riquísimo. Bendicen el bar y cuando termina se larga la joda. Diría que lo nuestro es comer a reventar mientras charlamos con los peregrinos o los pobladores. Dura horas. En cierto momento, no serían más de las ocho de la noche, voy a buscar la cámara de fotos a la parte de camas del albergue y me llama la atención ver a algunos peregrinos durmiendo y otros acostados; le pregunto a uno si estaba bien, y me dice que si, pero que mañana había que salir temprano así que no tenía que acostarse muy tarde. No lo puedo creer. Cuando salgo veo que están empezando a preparar la queimada. Un personaje Antonio de barbas largas grises y mucho sentido del humor es el encargado de hacerla. Traen una marmita llena de orujo e intentan prenderle fuego, pero no se sabe si por el frío que hace o por si el orujo es berreta no se quiere prender. Luego de un rato logran encenderlo y ahí si, el líquido de la marmita queda bajo una gran llamarada de fuego. Le agregan café, azúcar y limón, mientras Antonio revuelve constantemente levantando de vez en cuando la cuchara cubierta de fuego para derramar desde lo alto el líquido hirviendo a la marmita nuevamente. Empieza a decir el conjuro tradicional de las queimadas, que generalmente es dicho por la meiga o quien fuera el que la hace, pero no dura mucho, pues a los cinco minutos se desbanda y empieza a decir boludeces. Nos hace cagar de risa mientras le tomo fotos. Finalmente lo apagan y vamos probándolo. No diría que es rico, pero si que quema y que tiene muchísimo alcohol.
Serían las doce de la noche cuando vamos a escribir la poesía que habíamos creado Caro, Nati y yo en el libro de peregrinos. Pero mientras estábamos en esto nos avisan que llegó Jato, el hospitalero de Villafranca del Bierzo, para hacer la verdadera queimada de inauguración. A esta hora quedarían veinte personas despiertas en el albergue, ya que el resto se había ido y casi todos los peregrinos estaban durmiendo. Y de vuelta empezar todo otra vez. Orujo en la olla, pero esta vez era orujo casero de unos cincuenta y cinco grados de alcohol. Apenas le acerca el encendedor prende un fuego impresionante. Puede que visualmente también influya que es noche cerrada. Pone pedazos de manzana, azúcar y café mientras revuelve, el fuego sale de la olla y, mucho más aún cuando levanta la cuchara y tira el líquido prendido dentro de vuelta. La oscuridad de la noche hace de la imagen algo mágico. Entonces pide que ante los conjuros peregrinos, aullemos para que tengan verdadero efecto. Y si el ruido molesta a los que duermen que se jodan; así que empezó:
“Esta queimada es para librarse de todos los rencores, y es como un mensaje de perdón contra todos los problemas y rinconcillos de los enemigos del camino y de la vida.
Entonces vamos a empezar el conjuro y claro, el conjuro si es un conjuro peregrino, se van diciendo los pecados peregrinos así un poco pa que así vayan quedando aquí todos purificados.
Señor Santiago, Señor de lo cuatro vientos te damos esta queimada del camino de las estrellas.
“Mouchos, coruxas, sapos e bruxas.
Demos, trasgos e diaños / peregrinos que andan a los engaños / buscando refugios con sauna, piscina y baño.
Peregrinos de la lavadora.
Peregrinos con ampollitis.
Peregrinos que se montan el rollo / siempre en el coche de apoyo.
Peregrinos que paran al autobús.
Peregrinos que salen los últimos y llegan los primeros sin saber donde están las cuestas.
Peregrinos con tendinitis.
Peregrinos de gastrointeritis.
Peregrinos madrugadores, que habría que cortarles las orejas pa que no puedan oír..
Peregrinos con telefonillo móvil… (estoy subiendo la cuesta ahora… me faltan 3 piernas pa llegar al pico… vale… adiós… hasta luego).
Peregrinos que le suben las mochilas a cebreiro con coche de apoyo.
Barriga inútil da muller solteira, falar dos gatos que andan a xaneira,
Pecadora lingua da mala muller casada cun home vello.
Averno de Satán e Belcebú, lume dos cadavres ardentes, corpos mutilados dos indecentes,
(Podéis probar a ver si les va gustando… no, yo no pongo el dedo ahí dijo uno de los participantes)” En este momento saca la cuchara como tantas otras veces llena de líquido hirviendo y llameando pero en vez de volver a tirarla en la olla, se la acerca, pone un dedo adentro y cuando lo saca, obviamente, está cubierto de fuego. Se lo lleva a la boca para probarlo. Nos pide que la probemos y, uno a uno, vamos viendo nuestro dedo vestido en fuego que apagamos con la boca.
“Forzas do ar, terra mar e lume: si é verdade que tendes tanto poder… que agora e eiquí, todos los amigos que están fora se unen de nos en esta queimada, pero que no vengan en cuerpo y alma sino nos la acaban sin nada”
En eso saca un frasco, con una mezcla extraña que vaya uno a saber cuántos años tendrá, toma un poco de masa sin forma y dice: “Estas son las sobras de otras queimadas, aquí tenéis el espíritu de miles de peregrinos, y de la inauguración de ese otro albergue, y de la inauguración cuando se inauguró esto y bueno, de varias inauguraciones, y también de un congreso que hubo en Colonia también hicimos una queimada con este orujo… y bueno, muchos sitios. Allá en Inglaterra estuvo también este orujo en una reunión cuando fuimos a juntar el primer dinero para el refugio aquel…” y lo tira adentro de la olla. Revuelve un poco y vuelve a sacar una cucharada llena para poner de nuevo en el tarro para que sirva para la próxima.
“Quedaremos libres de todos los malos espíritus…” Apaga el fuego poniéndole un diario encima a la olla. Luego pide un jarro, donde pone un poco del líquido resultante y lo pasa al de al lado. El jarro va de mano en mano sin que nadie lo pruebe. Cuando termina la ronda ese líquido vuelve a la olla. Revuelve un poquito más y lo reparte, de tal manera que todos tuvieran su jarro o vaso de plástico en la mano para brindar.
“Bueno, pedid un deseo. Se pueden pedir hasta tres.
Primero brindaremos con la vista. levanta el jarro a la altura de sus ojos y lo mira, todo hacemos lo mismo ¿Cómo se ve? Luego con el olfato y lo olemos ahora bebemos un poquito para que sea el gusto y el tacto probamos la mezcla hirviente y ahora, con el oído… y todos chocamos los jarros y vasos de plástico como en un brindis normal S no hacen ruido, por eso no me gustan los vasos de plástico…
Y ahora, con el sentido del humor, que tengan amor!! ultreia, suseya!!”
Fue algo realmente mágico. No sólo porque fue la única y última vez que escuché las dos famosas palabras del camino: Ultreia y suseya, sino porque coronaba un día que había sido simplemente revelador y espectacular.
Luego nos pusimos a charlar de bueyes perdidos. Jato afirmó conocer a Paulo Coelho, de la vez que el brasileño hizo por primera vez el Camino de Santiago; luego lo vio otra vez, hace dos años, cuando Coelho lo fue a visitar. “…y hasta pasado mañana no llegó a Cebreiro… es que se metió en una cueva y se perdió… iba solo… el, lo que habla de un tal Petrus, para mí que era un acompañante imaginario. Nunca le pregunté, eh??” “Y eso que el ya ha vuelto hace dos años, y estuvo ahí en casa. Estuvimos cenando juntos con su suegra y su mujer… que día es hoy? Hoy es 27. Entonces hoy hace dos años y nos quedamos charlando hasta la 1 de la mañana.” “Yo no se cuánto tiempo estuve en la cueva y, me dijo él, en el libro le puse seis fechas porque solamente apunté esas en la agenda. Muchos días no sabía que día era. El era tan místico que se perdió. Y lo que cuenta del perro era mi perro…”
Así fue tirando fábulas o historias medio inconexas. Extrañas. Uno no podría creerle de primera, pero estoy en el Camino de Santiago, a menos de una jornada de la Cruz de Hierro y a esta altura creo muchas más cosas que al principio. Luego de eso, hablando con la gente, nota a uno medio duro y le libera la energía. Pone las manos a ambos lados de la cabeza y lo va recorriendo, luego da su veredicto: “a ti te duele un poco la pierna derecha…” Parece que le pega según lo que afirman los peregrinos; a mí me habla de la pierna derecha donde tengo ese principio de tendinitis que por suerte no me duele más hace un par de días ya.
Al rato la cosa se va muriendo. Son las dos de la mañana, y mañana la ola de peregrinos buchones nos llevará puestos desde las cinco. Me acuesto. Pero la situación es terrible. Por un lado el efecto de la comida de la inauguración: jamás en un albergue hubo tantos ronquidos, pedos y olor dentro del cuarto; por otro, la excitación que tengo en la cabeza por estos últimos días. Luego de reírme un rato por un pedo corneta que suena cerca logro dormirme.
No sé muy bien como funciona la vida, pero es algo increíble. Dos días de diez kilómetros me mostraron cosas maravillosísimas, gente muy diferente y situaciones muy extrañas. Todo junto.
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