Diario de viaje 23.
Jueves 25 de mayo. Villadangos del Páramo – Astorga.
Etapa 22: 30,5 km.
St. Jean – Astorga: 515,5 km.
A Santiago: 258,7 km.
Levante tranquilo. Primera noche desde hace tiempo que no duermo bien. Calculo que es porque durante la noche tuve algo de frío. Me hago un café en la cocina del albergue, y las chicas unos mates. Los tres salimos luego rumbo a Astorga. Se me hace raro caminar con gente nuevamente; no lo hacía desde aquel día con Caio, a la salida de Logroño. Noto que estoy atento viendo si van bien, que no les jodan los pies o esas cosas que también hacía con Angela y Arnaldo. El camino como paisaje no dice nada muy interesante, sigue bordeando la ruta y entre campos sembrados hasta Hospital de Órbigo.
Al llegar a esta ciudad desemboco en el famoso puente, una estructura realmente impresionante ya que es mucho más largo de lo que suelen ser los puentes antiguos que habitualmente se ven. Paramos a descansar en medio del mismo, donde dos hitos explican la historia de Don Suero de Quiñones y algo de la historia del pueblo. Los habitantes paran a contarnos también diferentes partes de la historia. Uno de ellos, Santiago, un personaje en ropa de trabajo, llega en ciclomotor el cual nunca apagará y nos cuenta:
“Hace mucho tiempo había un señor, llamado Don Suero de Quiñones que se quería llevar a la cama a la hija del Conde. Pero como ella no le daba ni la hora, decidió que con nueve “secretarios” romperían más de trescientas lanzas en un mes. Y así fue, todos los días Don Suero y sus secretarios combatían con todos los caballeros que venían a enfrentarlos. Así fue que pasó el mes y, habiendo conseguido lo que querían, Don Suero se ganó a la hija del Conde y se la llevó aS ustedes me entienden (e hizo todas los gestos necesarios para que lo entendiéramos). Los otros nueve, sus secretarios, lloraban porque a ellos no les tocó nada y se quedaron pagando mientras el otroS”
“La ciudad se llama Hospital de Órbigo, porque este es el río Órbigo y le da el apellido a la ciudad. Siempre los ríos que bañan las ciudades le dan el apellido.”
“Las cigüeñas y las golondrinas emigran a Africa. Se van para San Miguel y vuelven para San Juan.”
Realmente un personaje, lástima los humos de su ciclomotor que casi me matan con el monóxido permanente de carbono.
Saliendo de Órbigo el paisaje, finalmente, empieza a cambiar. En Santibáñez de Valdeiglesias vaya río que eligieron para ponerle de apellido al pobre pueblo entro en el albergue. Está vacío, cosa que no nos impide calentar agua para tomar unos mates en la plaza frente a su iglesia.
Pasando Santibáñez entro en la montaña. Vaya que tenía ganas, luego de tanto tiempo, de perderme en paisajes más lindos, más ondulados. Y éste realmente es perfecto: no hay pueblos, ni personas, ni nada; está todo alfombrado de flores silvestres, arboles y pasto. Sin embargo se hizo largo. Las chicas calzan zapatillas y, al estar pisando terrenos llenos de piedras, tienen que andar con cuidado para no destrozarse un tobillo. Pasados unos seis kilómetros tropiezo con una vista de Astorga impresionante, se distinguen la catedral y el palacio de Gaudi sobresaliendo de la ciudad que está, a su vez, arriba de un monte. Los cinco kilómetros que restan de esta etapa van pasando poco a poco; cruzo San Justo de la Vega primero y casi entrando en Astorga veo lo que es el ingreso a la ciudad: una terrorífica subida. Me quiero matar pero no queda otra, así que fuerza que falta poco.
El albergue de Astorga es bastante chico y ya no quedan camas libres, así que dormiremos en el piso. Me encuentro con Sergio, las mineras, Camila y algunos conocidos más. Salimos a recorrer un poco la ciudad y tomar algo, pero mucho no se pudo hacer ya que es bastante tarde. Cenamos en un restaurante italiano, pastas y pizza con un tinto para brindar por los cincuenta kilómetros de las chicas y los quinientos que cumplí yo.
Vuelvo al albergue y veo mi colchón ahí, al lado de la puerta. Lo enfrento, me meto, me tapo y duermo para el carajo. Toda la noche se me secó la boca. En conclusión, una noche bastante difícil.
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