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Diario de viaje 22.

Miércoles 24 de mayo. León – Villadangos del Páramo.

Etapa 21: 21,4 km.
St. Jean – Villadangos del Páramo: 485,0 km.
A Santiago: 289,2 km.

Ayer pasé todo el día descansando, y hoy directamente no me acordé de levantarme, así que salí a caminar tipo diez. Ante la pregunta de mi cerebro pensaba, ¿y qué? No termino de entender mis peleas internas por temas horarios peregrinos. ¿Pero vaya que me agarro, eh?

Sigo sin poder evitar el dolorcito del talón izquierdo. Pincho y pincho pero no sale nada. Ni jugo, ni sangre, ni ganas, ni aire.

Saliendo de León por horas y, de paso, veo los negocios que hay a lo largo de la salida para ver si encuentro una camisa para reemplazar una de las remeras. Ayer, en Coronel Tapioca, tenían solo colores primavera ­ verano nena de doce años y hoy, la primera que veo es carísima así que sigo. A la media hora veo una, exactamente lo que quiero y a un precio razonable. Está en un negocio de caza y pesca.

Cuando voy a abrir la puerta noto que está cerrado. Son las once de la mañana. Tiene un cartel que dice algo así:

“Abrimos cuando venimos,

cerramos cuando nos vamos.

Y si ha venido y no estamos

es que no hemos coincidido.”

Por un lado me encantó el concepto pero por otro odio que justo me haya tocado a mí comprobar que lo cumplen. Empujo la puerta así, si el dueño está charlando en alguna zona de esta cuadra me verá y vendrá. Pero no. Pienso: “me fumo un cigarrillo, si viene mientras lo hago es porque debía venir y si no lo hace es porque no, así que sigo camino”. Tampoco viene. Me arreglo las medias, desmonto las piernas del pantalón, arreglo mejor la mochila, pero tampoco lo hace. Así que sigo viaje.

Un viaje bastante cortado, ya que la gente me para para desearme buen camino y decirme que no falta tanto, o para preguntarme de dónde saqué la calabaza o cosas así. Casi me llego a poner de mal humor con el último porque siento que no termino de salir nunca de la ciudad.

Paso La Virgen del Camino, con su iglesia realmente desagradable, estilo tan pero tan moderno que parece un gran cementerio de LeCorbusier. Entro, me asomo, están en misa, me rajo y sigo mi camino.

Unos metros más allá la ruta se bifurca y ambos recorridos son promocionados en el asfalto con la misma pintura amarilla del camino. Algo bastante espeluznante.

La primera pintada dice:

“A Villar de Mazarife.

Camino de la Paz.

Villar de Mazarife: 13,6 km.

Hospital de Orbigo: 27 km.

Albergue con agua caliente.

Bar. Tiendas.”

El segundo, en cambio, anuncia:

“A Villadangos del Páramo.

Real Camino Francés.

Villadangos: 12 km.”

El verdadero camino va por el de Villadangos pero bordeando la ruta, en cambio el de Villar es mucho más tranquilo ya que va por el medio del páramo pero, lo que no me convence de éste es que no tiene casi pueblos y tengo entendido que el albergue de Villar de Mazarife es bastante malo. El de la ruta es peor para caminar, pero puedo parar donde quiera total hay bastantes pueblos.

Dudo una vez. Agarro el camino francés, pero a los cuatro pasos vuelvo a dudar. Vuelvo para atrás, pero no, me vuelven a agarrar ganas de pueblos así que sigo derecho por el Camino Francés. Algunos kilómetros más adelante me seguía preguntando porqué lo elegí. Más tarde tuve que decidir entre dos bares para comer algo y siento que otra vez le pifié, así que parece que hoy ando con el sensor medio desequilibrado.

Caminar, paso a paso,

y buscar un lugar

el lugar,

que está esperándonos.

Somos peregrinos,

de una nueva era.

Caminantes de la vida.

Luchadores.

Pocas veces vi tanto sudor

y sufrimiento

con un objetivo tan claro

y una excusa tan difusa.

Somos idealistas y masoquistas,

buscadores,

creyentes,

soñadores,

perseverantes.

O, simplemente,

peregrinos.

Ayer, cuando me compré el libro que explica como entender el tiempo (referido al clima, no a los relojes de las iglesias) pensé que si entendiera algo del tema el cielo pasaría a ser algo más que una pintura decorativa de fondo. Hasta ahora leí solamente la parte de nubes entonces cuando me embolo, caminando en este páramo, intento identificar que tipo de nubes son. Es interesantísimo, aunque es terrible mi impotencia al no poder corroborar lo que identifico.

Me fascinan los pastores con sus ovejas en las rutas. Cruzan carreteras con mucho tráfico o pasan por el medio de pueblos como si fuera lo más normal. Ellos suelen ser muy agradables y, cada vez que paso cerca de alguno, intento detenerme para charlar con ellos. Suelen llevar un paraguas cruzado en la espalda, un bastón, dos o tres perros y una inmensa cantidad de ovejas. Un grupo apiñado que no entiendo como le da bola. El otro día, uno de ellos me preguntó: ¿y mozo, qué me dice, va a llover o no? Me divirtió, si él no lo sabe yo estoy realmente jodido. Tampoco se me ocurriría preguntarle si lo que está sobre su cabeza es un cumuloestrato, un cumulus nimbus o un cirroestrato así que para corroborar nubes no van. Luego de un rato de charla los veo irse, detrás de sus últimas ovejas, aquellas que cojean.

Llego después de unas cuantas amenazas pues, voy viendo los hoteles que nombra la guía pero el pueblo en sí no aparece nunca. Luego de dos kilómetros más, recién lo hace. Entro, atravieso el pueblo y, cuando veo que adelante hay una gran bajada para salir de él doy marcha atrás intentando recordar donde fue la última vez que vi alguna flecha. Un lugareño me indica como encontrar el albergue así que vuelvo sobre mis pasos buscando la casa con ventanas grandes enfrente. Y si, estaba en la entrada nomás. Pasé a treinta metros de él, pero nunca hubiera podido descubrirlo.

Villadangos del Páramo es un pueblecito de carretera común y corriente. La ruta pasa por el medio del pueblo, hay un solo restaurante abierto y vinieron tan pocos peregrinos por este camino que hasta en el refugio no hay nadie. Seremos doce o trece personas así que: o están todos en el camino paralelo parando en Villar de Mazarife o realmente hay justas, fiesta y joda en Hospital de Órbigo y siguieron todos hasta allí.

Paseo dos minutos por el pueblo, confirmo el horario en que dan cena, aprendo que “Estamos liados” es un vocablo español que podría traducirse en voz latinoamericana como “tamo hasta las pelotas”, me aburro por no tener nada que mirar y vuelvo al albergue a leer un rato. Cada peregrino que veo pasar le chiflo para que se entere donde está el refugio. Creo que más de uno hubiera seguido de largo también. Al rato caen dos argentinas, mate en mano con las que me quedo un rato hablando en un lunfardo excesivo. Está muy bien, se extrañaba ya.

Mañana creo que pintan unos treinta kilómetros, así que sería bueno que arranque temprano para parar un rato en Hospital de Órbigo. Aunque, debo reconocer, que habiendo tan poca gente puede que ni los escuche y no me despierte.

Vamos a cenar con Nati y Caro ­las argentinas­. Buenas minas, egresadas de bellas artes, vinieron a recorrer España y entre otras cosas a hacer un pedazo del Camino. Cenamos en el hotel restaurante del pueblo. Nos atiende la misma chica que a la tarde estaba detrás de la barra. Demasiado arreglada para el pueblo y muy cómica con su: Grazzziasss, cada vez que agarra algo o le das algo o viene o se va.

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En mi trabajo quiero transmitir sensaciones. Transportar al espectador a la simpleza, la perfección y lo asombroso del mundo natural, a esos momentos mágicos de conexión con éste, donde la maravilla del universo se traduce al lenguaje cotidiano por medio de líneas, planos, texturas y colores. Más en mi biografía.

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