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Diario de viaje 20.

Domingo 21 de mayo. Sahagún – El Burgo Ranero.

Etapa 19: 17,9 km.
St. Jean – El Burgo Ranero: 426,4 km.
A Santiago: 347,7 km.

Me levanto a las ocho. Francamente preferiría tomarme un bus a León, o a Santiago. Me siento caído, débil, tengo ganas de mimos y calor de hogar. Pero tengo un camino para hacer, así que curo lo que puedo, cubro el resto con vendajes y salgo. Estoy cero energía y menos diez de onda.

Mientras camino fuera de Sahagún, no consigo sacar de mi cabeza la idea de haber desperdiciado una de las pocas ciudades lindas de la zona. Tiro dos fotos más de compromiso que de ganas. Una vez pasado el río alcanzo una pareja española, la mujer camina a mi par así que vamos hablando por un par de kilómetros. Esto me suaviza un poco el arranque.

A la altura de Calzada de Coto se larga una garúa que me va a acompañar hasta Bercianos del Real Camino ­siete kilómetros más adelante­ junto a una caminata bastante monótona y aburrida. Sólo los miles de sapos en una charca croando animan un poco mi andar. Al llegar a Bercianos busco un bar, y no solo lo encuentro sino que es lindísimo. Así que ahí me quedo más o menos una hora. Tengo nostalgia de mi tierra, mi casa, mi mujer y mis gatos. Realmente tengo más ganas de descansar y tomar café que de caminar.

Cuando salgo noto que desgraciadamente el paisaje no cambiaría. Me cruzo con un peregrino que camina en sentido contrario. Ni en pedo vuelvo a hacer el chiste tonto de la otra vez así que le pregunto:

¿vuelves a tu casa?

no, voy a Roma, por el Jubileo.

ah, eres de Santiago.

No, de Francia. Primero fui a Santiago y de ahí, voy para Roma.

Y yo me quedo pensando en lo que me cuesta enfrentar los trescientos cincuenta kilómetros que me faltan solamente hasta Santiago con mis pies doliendo ­él va en sandalias­, el cansancio acumulándose y la alimentación bastante pobre por tanto menú peregrino.

Sigo andando y finalmente creo entender a que se refieren cuando llaman a esta zona “el páramo”. Pensaba que era por el paisaje y sí, en parte lo es. Caminar todo el día recto, recto, sin nada que se cruce; por ejemplo aquel árbol que veo adelante, lo alcanzaré recién en una hora y eso desmoraliza. Pero también es páramo en los pueblos: chatos, sin belleza, sin nada. No me alegran la jornada aburrida sino que más bien la agravan. Y todo esto ayuda a que se forme un páramo en mi interior. Cuando llego al Burgo Ranero y veo lo que esŠ es lógico, es el colmo de lo que recién contaba.

Todas las casas son de adobe; me siento en un pueblo bosquimano pero sin ganas de estar en uno. Para eso hubiera ido a Africa. El único bar no tiene mesas para sentarse sino reservados con sillones y mesas bajas que para escribir no son nada cómodos. Además está todo lleno porque, siendo domingo, el pueblo entero se reunió acá.

Siento que es algo así como los costes que me cobra la vida. La impresionante caminata de ayer para llegar a un pueblo bonito que no llego a ver por estar tan destrozado y hoy, tengo mis horas para perder en un lugar que de paso ya no alcanza.

Ayer, en cierta medida quería ver dos cosas: Saber cuál era el límite de mis piernas, y sentir qué es peregrinar todo el día en vez de acabar la caminata a las dos de la tarde, algo así como intentar entender qué sentían los viejos peregrinos que andaban durante la jornada entera.

Y lo que descubrí es simple. Ni de casualidad me banco cuarenta kilómetros. Mis muslos podrían haber caminado más sin problema, pero mis pies, pantorrillas, tendones, ampollas y articulaciones se terminaron a los treinta y me lo fueron recordando a gritos y mordiscones. Mi energía se disipó al kilómetro veinticinco y tampoco la vi nunca más. Tai-Chi ni se me ocurrió hacer porque me dolía mantenerme en pie.

Así que no sé qué sentirían los viejos peregrinos. Posiblemente en muchos de los casos fueran con burros, caballos, pajes y todo tipo de organización; los más pobres recorrerían el camino mucho más tranquilos, y quizás al no vivir en un mundo tan sedentario no estuvieran en tan mal estado físico como yo. Por otro lado no llevaban mochilas de diez kilos sino un morral con lo indispensable.

Me hace falta descansar un poco. Por mí me iría a dormir, pero tengo miedo de no poder hacerlo nuevamente a la noche. Paseo por el pueblo que no es más que tres manzanas de casas de adobe, me aburro un rato mirando la iglesia, voy hasta el estanque a la salida donde el croar de las ranas mantiene el nombre del pueblo vigente, vuelvo al albergue con la intención de escribir y vuelvo a salir a pasear para el otro lado. Los minutos no pasan, las horas menos.

Es tarde cuando llega el grupo de las dos navarras y los dos de Málaga que conocí en el bar de Calzadilla de la Cueza. Realmente son macanudísimos. Viajan sin mochila ya que las mandan como pueden al próximo albergue así, dicen, es mucho más cómodo y más bonito, además de que se pueden hacer algunos kilómetros más. Ceno con ellos, más Fernando, Marisa ­de León­, Manu ­español, macanudísimo­ y los dos jinetes ­uno de Carrión y otro de Frómista­ que están haciendo el camino a caballo. Es mi primera cena toda en español, realmente lindísima. Lástima que mañana vayan hasta León, tramo demasiado largo para mi y mi experiencia reciente.

Y así es el camino, finalmente llegaron los mimos que necesitaba. Me levantó bastante el ánimo y me sentí muchísimo mejor.

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En mi trabajo quiero transmitir sensaciones. Transportar al espectador a la simpleza, la perfección y lo asombroso del mundo natural, a esos momentos mágicos de conexión con éste, donde la maravilla del universo se traduce al lenguaje cotidiano por medio de líneas, planos, texturas y colores. Más en mi biografía.

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