Diario de viaje 17.
Jueves 18 de mayo. Castrojeríz – Frómista.
Etapa 16: 24,9 km.
St. Jean – Frómista: 349,8 km.
A Santiago: 424,3 km.
A las seis y media de la mañana comienza el canto gregoriano. Y lo escucho, pues ya es la tercera noche desde que tengo los tapones para los oídos que me olvido de usarlos o me quedo dormido con ellos en las manos. Resti viene cama por cama para decirnos buenos días ¿o a verificar que estemos despiertos?. Siete menos cuarto bajo a desayunar.
Ayer me contaba Resti, mientras hablábamos de la relación hospitalero peregrino que una vez volvió uno de aquellos peregrinos que pasó por Castrojeríz en su camino a Compostela. Quería agradecerle el que lo hayan invitado a desayunar cuando durmió en el albergue y, por lo tanto había traído unas galletas para devolverle tal favor. Ante el ofrecimiento de Resti de ir a buscarlas el hombre le dijo que no, que él las traería. Vino con una furgoneta completa de paquetes de galletas. Resti no lo podía creer, pero si, así son las cosas en el camino.
Llego al comedor, a un lado de la cocina; demasiadas caras de sueño comparten sus cafés con leche y galletas o toman su propio desayuno. Tomo mi café y pico algunas galletas, ya que sigo sin tener mucho hambre apenas me levanto. Me fumo un cigarrillo en el balcón mientras veo la neblina levantarse lentamente. Armo todo y salgo último. Resisto un bravo ataque al bar de enfrente y me dispongo a enfrentar el camino en otra mañana gris, fría y húmeda. Soy neblina en el camino. Pero me siento mejor que ayer porque me dejé puesta la camisa de polar ya que no le encuentro sentido cagarme tanto de frío a la mañana.
Luego de rodear la colina que hace de espalda de Castrojeríz veo la cuesta de Mostelares. Siempre en el arranque encuentro un subidón de esos, pero tengo algo de tiempo mientras camino hacia ella investigándola. Arriba veo peregrinos que ya salvaron su subida, en el camino serpenteante veo otros que se esperan y se animan. Lentamente comienzo a subir y me voy dando cuenta que a pesar que no sea un llano común y corriente tampoco me cuesta tanto como parece. Llego arriba en media hora, todo chivado remera y camisa empapadas. Me sorprende encontrarme una gran meseta y no una cuesta abajo poderosa como el Alto del Perdón que crucé saliendo de Pamplona. El horizonte está a la misma altura que yo ahora, pero a lo lejos, y en el medio un paisaje semi desértico con muchas pilas de piedras que todavía no descubro quién acomoda, bastante frío y mucho viento también. A lo lejos veo una cruz que según Pepe está ahí para recordar que alguien palmó en ese lugar.
Mientras camino mi cabeza me dice que la idea sería no buscarme dentro de mí mismo ya que de esta forma entro en un círculo vicioso sin más entradas ni salidas que las que yo disponga. Es decir, puedo quedarme boludeando en lo mismo eternamente. Y me pregunto: ¿Qué pasa si empiezo a buscar en los demás para encontrar mis respuestas?
Linda caminata, nada especial. Los pueblos son chicos, más pobres y casi no hay bares. Las casas que en su mayoría eran de piedra, ahora son de adobe o simplemente de ladrillos. Ya no veo más escudos medievales sobre las puertas. Camino sobre el Puente Fitero para cruzar el río Pisuerga que hace de límite entre Palencia y Burgos. El paisaje antes y durante el puente es hermoso, un río caudaloso rodeado de vegetación y una casa, bastante medieval, en un costado. Saludo y saco una foto del cartel que anuncia mi entrada en Palencia y sigo camino rumbo a Itero de la Vega a kilómetro y medio de aquí. Llegando al pueblo que dista 437,9 kilómetros de Santiago, cruzo un peregrino con el pie izquierdo con algún problema hasta parecería que tuviera una prótesis yendo en dirección contraria, rumbo a la iglesia que acabo de pasar.
Buenos días, ¿todo bien? le pregunto.
Si, gracias.
Disculpá, pero quería aclararte que Santiago queda para el otro lado le digo intentando ser gracioso.
Si pero es que estoy volviendo a casa.
¿caminando?
Si, ¿porqué no?
¿y de dónde sos? ¿dónde queda tu casa?
Inglaterra
¿y vas de vuelta por Francia?
Si.
Ahp. Buena suerte entonces.
Gracias, y buen camino para ti me responde.
Hay gente que tiene huevos, ¿no?
Ahora camino solo todo el día. La caminata es suave, casi una forma de ser. Me decepciona un poco cuando al final de la jornada llego a estos pueblos chatos y sin gracia.
A la una y media de la tarde entro en Boadilla del Camino, busco el Bar de Dori donde tomo una Coca. Veo un cartel en la pared que dice:
“El vino alegra el ojo,
limpia el diente
y sana el vientre”.
Me encanta. Sigo caminando por otro rato y finalmente llego a Frómista luego de bordear el canal de Castilla por un buen rato hasta los cuatro diques que hay a la altura de la ciudad. Me dirijo a un albergue municipal tipo el que conocí en Zubirí. Nada muy interesante. Es más, pienso en rajarme a una pensión, pero me da fiaca y me quedo.
Luego de la típica llegada, voy a la iglesia de San Telmo pues quiero ver la hostia pegada a la patena, evidencia de un milagro que sucedió vaya a saber cuándo. Pero sólo queda la patena; un plato común y corriente. Posiblemente alguien le haya pasado virulana para sacarle el pegote. Me estoy yendo del museo de la iglesia cuando me intercepta el señor que estaba en la entrada y me empieza a hablar. Le reconozco que mucho no entiendo y que, luego de dar una vuelta ya me iba. Pero no me deja, entonces me muestra el dedo de San Telmo patrono de los navegantes y de la ciudad y me explica casi todas las pinturas, con pelos y detalles muy divertidos algunos.
Luego visito la iglesia de San Martín. Un románico puro, muy linda realmente.
Además de esto, ya no queda nada para hacer en un pueblo así. He tomado algo con los otros peregrinos pero justo se armó un grupete grande de brasileños y debo admitir que me aburro mucho luego de diez minutos. Son las cuatro de la tarde y no hay un lindo café, ni un lindo refugio.
Finalmente la noche llega; ceno con Sergio, otra catarinense y yo. En la mesa de al lado hay dos alemanes y más allá una pareja de Porto Alegre con otros dos alemanes más. Vuelvo al albergue casi corriendo del frío que hace.
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