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Diario de viaje 13.

Sábado 13 de mayo. Belorado – San Juan de Ortega.

Etapa 12: 24 km.
St. Jean – San Juan de Ortega: 258,6 km.
A Santiago: 515,5 km.

Bajo a desayunar y me encuentro a Caio; decidió tomarse el bus a Burgos ya que según le contaron el camino tiene muchas partes malas y peligrosas. En parte me da un poquitín de envidia. El camino es copado pero también me gusta sentir que avanzo y hoy por hoy lo siento cuando toco ciertas ciudades grandes. Además tengo ganas de estar en Burgos para ver si puedo resolver el tema de la mochila.

Salgo del hotel y agradezco que el kilómetro que me alejé del albergue anoche, mientras buscaba alojamiento, coincida con la continuación del Camino. Una caminata tranquila me lleva por pueblos que no son tan bonitos como en Navarra, siguen pareciendo pueblos desiertos pues a la hora que paso no hay nadie a la vista en ninguno. Pasan lentamente nombres como Tosantos, Villambistia y Espinosa del Camino donde paro pensando en un café y algo para morder pero que finalmente me ofrece solo una Coca.

Hace tiempo que nada digo de los famosos relojes. Pero seguí jugando con ellos desde el primer día y hoy, finalmente, decidí sacarme el mío. Cuando pasé por Tosantos me fijé que hora anunciaba el reloj del campanario. Me dijo las once y media cosa que me fue imposible creer ya que había salido a las ocho y media de la mañana y solo caminé cinco kilómetros. A dos kilómetros, en Villambistia, volví a fijarme y eran las seis y media. No pude resistirlo y busqué mi reloj pulsera en el bolsillo y si, ninguno de los dos relojes de los pueblos estaba bien.

Así que la situación da una nueva vuelta: si miro los relojes para ver cómo no andan, me cagan y andan perfecto; ahora, si los miro para saber la hora, están parados o andan para el orto. ¿Estará relacionado con la relatividad del tiempo?

Llego a Villafranca Montes de Oca a eso de las doce ­según mi reloj­. En la farmacia compro dos juegos de tapones para los oídos ­por el tema de los ronquidos en los albergues­, un Compeed por si se me llega a fulminar el talón que me sigue jodiendo bastante y una venda adhesiva grande para las ampollas varias que parece que están surgiendo. Almuerzo en un bar muy chico y simpático del que luego me cuesta irme. Faltan doce kilómetros hasta San Juan de Ortega sin pueblos donde parar y Villafranca es un pueblito pequeño que me cae bien, pero a eso de la una entra un parroquiano en el bar y el dueño le sube la televisión al volumen típico, léase: insoportable.

Salgo de Villafranca a la una y cuarto adentrándome en los Montes de Oca. Comienzo con una subida de aquellas que finalmente me deja en un llano que sigo por un rato y luego más subida. Paso el monumento a los caídos no se donde y veo una bajada impresionante para sortear un arroyito y luego una subida exactamente igual de alta del otro lado. Paro y pienso alternativas. Detesto que no se me ocurra ninguna. Así que bajo, bajo y bajo y luego subo subo y subo todo otra vez. Según el mapa de la guía Everest, impreso en una hoja suelta así uno la lleva encima no debería faltarme mucho sino que ya pasé la mitad, pero camino, camino y camino y no pasa nada. Al rato entro a un bosque por un cortafuegos, algo así como una carretera anchísima de tierra que impide, en caso de incendio, que el fuego pase de un lado a otro. Las pocas señales del camino que hay son casi invisibles, así que me guío más por la fe que por los ojos. Pasa una hora y sigo caminando llano, por el cortafuegos. Nada indica que alguien haya pasado por ahí hoy ­o alguna vez­, nada me confirma que esté en el camino. El bosque me transmite algo de inseguridad que no logro interpretar ­luego leeré que en el pasado este tramo era peligroso por los bandidos ocultos en el bosque y por los lobos­ pero sigo. Y sigo.

Ya no quiero hacer paradas pues debería estar llegando, pero el cortafuegos sigue hasta el horizonte. Me empiezo a desanimar. Siento que me perdí. En eso veo que el camino se bifurca; la guía dice que tengo que agarrar el chiquito que va para la izquierda, y eso hago. Pero estoy cansadísimo así que decido parar en la próxima sombra. No llego a sentarme que veo a lo lejos los techos del monasterio de San Juan de Ortega. Una vista hermosa e impresionante.

Y realmente es un lugar perfecto. Solo está el monasterio y cuatro o cinco casas más. Una fuente muy linda y un paisaje y un sol espectacular. La hospitalera es una señora grande ­hermana del cura de la iglesia­ y es todo un personaje. Me obliga a bañarme ­yo no quería hacerlo porque me habían dicho que sólo había agua fría­ y luego nos convida a todos con sopa de pan y ajo.

Linda tarde que dedico a pasear, escribir, tirarme un rato al sol y disfrutar del hecho de no estar en un pueblo ni en una ciudad, sino perdido entre montes vacíos y dentro de un paisaje espectacular.

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En mi trabajo quiero transmitir sensaciones. Transportar al espectador a la simpleza, la perfección y lo asombroso del mundo natural, a esos momentos mágicos de conexión con éste, donde la maravilla del universo se traduce al lenguaje cotidiano por medio de líneas, planos, texturas y colores. Más en mi biografía.

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