Diario del Camino
Prólogo.
Demasiados años soñando el mismo sueño.
Y el sueño no cumplido –ni intentado– se convierte en carga.
Así que un día de septiembre de 1999 decidí hacer el Camino de Santiago; con todo lo que ello implique. Pasaron más de cinco años escuchándome decir: “en dos años largo todo y lo hago”, pero sigue pasando el tiempo y los dos años quedan exactamente igual, en dos años.
En todo este tiempo no pude averiguar cuántos días lleva caminar los setecientos ochenta kilómetros que hay desde los Pirineos hasta Santiago de Compostela así que, calculando como puedo, imagino que debería llevarme unos dos meses y medio de caminata más algunos días de traslados. Y ahí está el problema: trabajando en relación de dependencia y contando con veintiún días de vacaciones, es imposible. Intenté dos veces hacerlo en bicicleta, pues sería la forma más simple de condensarlo en ese tiempo, pero ambas se esfumó tan rápido como empezaron los preparativos y los planes; luego de eso, me prometí que lo haría solamente caminando y ya no intentaría bastardear la idea original del viaje.
Hace seis años leí por primera vez algo referido al Camino en una página perdida en medio de una revista brasileña de turismo.
Se refería a él como una ruta de peregrinación antiquísima que, actualmente, recorre todo el norte de España, desde los Pirineos hasta Santiago de Compostela.
En aquel momento me llamó muchísimo la atención la sola idea de recorrer la zona geográfica y completar los ochocientos kilómetros a pie. Diría que me gustó el reto que ello significaba.
Pero luego fui encontrando libros que se referían al Camino y ahí encontré algo que no decía la nota de la revista: todo lo referido al cambio interno que implica hacer el Camino de Santiago. La idea de la meta fue quedando de lado y yo, atrapado por los maravillosos cambios internos a los que se referían los autores que leí, me fui obsesionando.
“Nadie, que haya hecho esa peregrinación volvió igual”. Demasiado tentador, y hasta lógico diría. El caminar ochocientos kilómetros, de alguna forma tiene que cambiar cosas internas. El enfrentarme conmigo mismo durante días, sin mas distracción que el paisaje.
Y de simple idea, se transformó en una etapa necesaria de mi vida. No podría madurar, cambiar, quebrar, descubrir, valorar y miles de cosas más si no hacía el dichoso Camino.
Así que aquel día de septiembre lo decidí: largaría el trabajo, dejaría por un tiempo sola a mi mujer y me iría a caminar una de las tres peregrinaciones más importantes del catolicismo, el Camino de Santiago. Solamente la decisión casi me mata del miedo.
A principios de febrero del 2000 hablé con mi jefa que le transmitió mi inquietud a su jefe. No solo estuvo de acuerdo, sino que yo decidiría cuando dejar la empresa. Lo planeé para Abril. Dos días después me enteré –luego de cinco años de buscarlo– que para hacer el Camino se necesitan treinta o treinta y cinco días solamente, es decir que lo podría haber hecho antes ya que cuarenta días de alguna forma se consiguen, pero no, parece que tenía que irme para enterarme de esto.
El Camino de Santiago, empezaba así a tener visos de realidad. Primero una larga caminata desde St. Jean Pied de Port hasta Santiago de Compostela, donde reposa Santiago el Mayor, Santiago Apóstol; luego iría a visitar a mi tía, que volvió a la región en la que nacieron mis bisabuelos y donde la recibieron como una más de la familia; finalmente, un paso rápido por la Alambra y volver a casa.
El viaje de mis sueños. Todo tiene sentido. Aunque, si lo miro bien, todo tiene sentido salvo St. Jean Pied de Port. ¿Porqué empezar por ahí? Un nombre que no me dice nada, salvo que está en los Pirineos y que es donde los caminos franceses entran en España. Desempolvo los libros del Camino intentando aprender algo de esta ciudad, pero no me devuelve nada significativo, entonces encaro los mapas, más libros y busco un sentido, una palabra o algún lugar que no me sea tan indiferente.
Encuentro Lourdes a unos sesenta kilómetros de St. Jean, es una posibilidad. Días después encuentro un pueblo llamado Saint Leonard de Noblat, cerca de Limoges en Francia. Está en medio del Camino de Vezelay, una de las cuatro rutas medievales que conducían a los peregrinos hasta la tumba del apóstol en Santiago. Me gusta. Busco más información y me entero que ahí, está enterrado San Leonardo, el responsable de que mi nombre figure en los libros de nombres.
Me gustó. Tiene sentido. Ahora cierra toda la idea. Bueno, salvo un simple detalle: St. Leonard de Noblat queda a unos 460 km. de los Pirineos, así que en vez de ser 780 kilómetros, serían 1240 en total.

Diario del Camino de Santiago
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