Color.

Color.

Pensaba en “los colores del otoño”, una frase que al toque me trae paisajes en todos los tonos de ocre, naranja, rojos, amarillos o también, sí, por qué no algunos que tienden al rosado y fucsia. Pienso en paisajes, pienso en hojas.

Y hace unos días, buscando hongos encontré esta Russula, bastante maltratada la pobre, pero mejor que sus compañeras de campo. Como no había mucho más para fotografiar, me sumergí en ella.

Y encontré muchas cosas.

1. Que el otoño está en el pedacito de laminillas del hongo y el tono rosado, no necesito un inmenso paisaje para sentirlo.
2. Que cada pedacito de color, del hongo en este caso, cada hojita de ñire, que no tiene más de un centímetro y medio, o de coihue, o de lenga, o de lo que fuera que se pone de color, hace al otoño.
3. Y que millones de pedacitos de color, ya sean hojas, hongos, frutos, líquenes, al juntarse, pintan el inmenso paisaje de otoño que vemos generalmente y que tanto nos llama la atención.

Y, quizás porque el hongo era rosa, lo relacioné con el amor. No podremos mejorar el mundo si esperamos que llegue alguien con un inmenso amor para todos, para que el mundo se convierta en amor, sino que será como el otoño, cada uno pondrá su pedacito de amor, cada ser amará como si fuera una hoja de esta estación. Y cuando todos aporten su granito de amor el mundo cambiará, el mundo mejorará y será un lugar más bello para vivir.

Pero cuánto amor tenés que aportar? No es mucho, volvemos al mismo ejemplo, si ponés un cachito de amor en cada cosa que hacés, un poquito al cocinar, un poquito al laburar, un poquito en cada paso que das, vas pintando tu vida. Y con tu vida pintada de amor más el de tus vecinos van pintando tu barrio y entre todos tu pueblo, ciudad o lo que fuera.

Todo gran cambio no es más que la suma de muchísimos cambios chiquitos. Toda pintura no es más que muchísimas pinceladas. Y cada pincelada tuya cuenta.

Te abrazo.