El agua y la arena, a metros una de otra dibujan similitudes. O, quizás, son casi lo mismo pero con diferente vibración, no lo sé y, realmente, tampoco me importa demasiado. Porque lo que me interesa, hoy, sin las líneas, las curvas, la similitud entre dos seres diferentes o, más bien, entre la infinita unión de seres que conforman un todo diferente.

Soy la unión de millón de seres y pedacitos que conforman lo que llamamos un humano.

Y yo, junto a otros humanos, somos los seres y pedacitos que conformamos lo que se llama una raza, o un barrio, un pueblo, una ciudad.

Y otro grupito de estos, conforman un club deportivo, un partido político o la feria artesanal local.

Y entre todos, jugamos a las similitudes, jugamos a parecernos y a separarnos, a ser y no ser, a pertenecer y dejar muy claro que somos independientes dentro del ser parte.

Y, siento, no dejamos de ser caprichosos como las gotas que se alejan de la ola para caer, nuevamente, en el mar.

O los granos de arena que se alejan con el viento para caer un poco más allá.

Somos individuos que por momentos modelamos un ser más grande, un conjunto, una totalidad y que, por otros, nos alejamos con el viento hacia una nueva forma, un nuevo movimiento o una nueva realidad.

Y otra vez.

Y otra vez.

Y así, eternamente.

Pensando que en algún momento pararemos.

Pero quien sabe, no?

Así que los abrazo, otra vez, otra vez y otra vez, antes que el viento me aleje.

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