Hace muchos muchos años tomé está fotografía.
Venía de un largo día de trabajo en Bariloche, cansado, con ganas de volver tranquilamente a Lago Puelo, escuchando algo de música tranquila y disfrutando los colores del otoño. Pasado el Lago Gutiérrez, en uno de esos tramos de la ruta que sólo son memorables porque es uno de los pocos lugares que permiten el sobrepaso, vi que se abrieron las nubes dejando pasar los rayos de un sol aún alto que pegaba en las montañas.
Bajé la velocidad para mirar más tranquilo. Joder. Bajé aún más. Puede ser una hermosa fotografía, pero las posibilidades de que no se me queme el agujero entre las nubes y tener algo de detalle abajo es casi imposible. Mejor sigo. No. Paro. Y bue. Me arrepentiré luego sino. Y bajé del auto, con el trípode. Y disparé unas cuantas fotos para ver si podía hacer algo en casa luego. Pero con los años y la experiencia uno sabe que hay cosas que son casi imposibles de arreglar o, más bien, de lograr que queden bien o como a uno le gustaría.
Ayer encontré de nuevo esta imagen y me sacó una sonrisa. Porque me encantó recordar las pocas ganas que tenía de bajar a hacer la fotografía. Me obligué y lo hice. No del todo bien, viendo el resultado, quizás le podría haber puesto un poco más de onda. Pero viéndola, no puedo evitar hacer un paralelismo con mi forma de cocinar. No está mal pero siempre tiene algo. O está muy mal pero siempre intento ponerle onda. Esta foto es más o menos así, como un puré de papas sin sal o una hamburguesa vegetariana sin mayonesa y ketchup. Pero al menos no me salió como mis guisos de quinoa repletos de comino y coreandro que parecen ser de algún árabe que vivió en china mucho tiempo y luego vino a Argentina a hacer comida local.
Sólo me queda preguntarme: ¿Pararía de nuevo, aún sin muchas ganas por estar cansado, a tomar una fotografía que sé que saldrá mal?
Y la respuesta es si, joder que si. Por un lado porque quizás alguna vez me equivoque en algo y salga bien, pero por otro porque me da la oportunidad de encontrarme con ella muchos años después y reirme de mis devaneos al fotografiar, al cocinar o, como ahora, al escribir.
Acá debería cerrar pero denme un segundo más.
Mirando el agujero en el cielo, se me hace evidente que vivimos en un universo cerradito y en muchos momentos oscuro, pero al que en ese momento se le rajó una parte dejando ver el gran universo luminoso en el exterior.
Y ese universo ilumina lo que sino no vería por estar en sombras.
Así que agradezco doblemente a la grieta de las nubes.
Por recordarme de intentar hacer las cosas bien aunque sepa que muy seguramente no podré.
Por recordarme que a pesar del día oscuro siempre hay claridad.
Los abrazo.