Dicen que si aún no lo hicimos, éste es el momento para encontrar lo que nos apasiona, eso que vinimos a hacer, lo que nos ilumina, lo que nos hace vibrar, aquello que cuando empezamos a hacerlo logra que el tiempo desaparezca, ni rápido ni lento sino que directamente desaparece, se esfuma.
Amo donde vivimos. Amo mi trabajo, ya sea cuando estoy en la naturaleza o luego en casa al procesar las fotografías, también amo dibujar y luego colorearlas acuarelas. Amo escuchar música mientras hago esto. Amo saber que con lo que hago a diario sumo, aunque sea un poquito, enseñando, distrayendo o comunicando un poco todo lo que este bello mundo nos da a diario. Agradezco cada mañana, tarde y noche todo esto.
Ayer fui al bosque. Sabía que empezaría recolectando algunos hongos de pino ya que es imposible resistirse a ellos, pero luego de un rato decidí que era suficiente y me adentré más siguiendo el arroyo buscando algo que llamara mi atención para fotografiar. Lo primero que encontré fue un pájaro así que lo fotografié. La fotografía de vida silvestre es un tipo de actividad que dentro mío mezcla el placer con la tensión, el placer de obtener una fotografía buena con un sujeto inquieto, por un lado, y la tensión de tener una técnica lo más perfecta posible para lograr esa foto visualizada.
Seguí caminando y, al cruzar el arroyo por unos inmensos troncos, decidí sentarme en ellos en medio del cauce de agua. Eran lo suficientemente grandes como para sostener mi equipo de forma segura, así que paré el trípode y esperé algún otro ser vivo que pasara por ahí (con plumitas o alitas, no con ropa…). Pero como los picaflores que minutos antes se alimentaban en los chilcos no volvieron, me quedé fotografiando flores a contraluz por un buen rato. La delicadeza de la aljaba, sus colores armónicos y su bailar con la brisa del arroyo la hacen única. Y la luz por detrás la convierte en sublime.
Rato más tarde y ya de vuelta, vi un hongo amarillo a un costado del camino, entre troncos y ramas. Era un Hygrocybe conica, un hongo que ya he visto y fotografiado muchas veces ya que es bastante común, pero generalmente lo encuentro cuando ya se puso negro. Esta vez estaba impecable y era un ejemplar grande. Aunque venía medio cansado decidí probar alguna toma. Me levanté cuarenta minutos después. Embarradas las rodillas, las botas, con todo el equipo diseminado por el lugar, lo fotografié con el lente de aves, con el macro y con una cámara compacta. Eso es que el tiempo desaparezca.
Escribo esta entrada porque acabo de revisar las fotografías de ayer.
Sé que toda la vida soñé con ser fotógrafo y tuve la suerte de cumplir ese sueño. Tardé muchos años en descubrir que sería fotógrafo de naturaleza, no publicitario como creí en un principio ni fotógrafo de viajes como supuse después. Y como fotógrafo de naturaleza me encanta fotografiar flores, paisajes, aves, insectos, helechos. Pero con los hongos es diferente, esto es algo que me lleva a otro plano ya que día a día me asombro de sus colores, sus formas, sus secretos; me encanta el quilombo de elementos que suele haber en el suelo, lo complicado que es el trabajo al estar tirado en la hojarasca esquivando palitos y hojitas, la humedad, los reflejos, los fondos confusos.
Puedo fotografiar mil cosas y adoro hacerlo.
Pero con los hongos es un paso más allá.