Siento que alguna vez escribí al respecto, pero a esta altura de la vida (edad) y a esta altura de la escritura (desde hace cuarenta años) ya no tengo idea lo que escribí para afuera (ustedes) o para adentro (escritos personales, bocetos con palabras, búsquedas, autoterapias, llámenlo como quieran), así que espero no aburrirlos repitiendo tema. Si siguen acá es porque soportaron este pequeño primer párrafo que no dice absolutamente nada pero les juro que ahí empiezo.
Ok, nuevamente, sábado a la mañana. Visualicen la foto: hamaca paraguaya que da a un jardín repleto de flores de todos los colores sobre un fondo de árboles con sus hojas nuevas del verde más variado, un mate recién preparado y el agua en el termo para no tener que levantarme, buena música, un toquecito de un buen sahumerio para invocar a las musas y un cielo celeste que augura un día despejado. En la vieja tablet ojeo un poco el mundo de las redes.
Y lo primero que cruzo es el video de un fotógrafo que me asombra, después navego viendo fotos impresionantes de otros fotógrafos, videos cortos de dibujantes que hacen magia con las manos y los lápices y ni hablar cuando aparecen pintores que no tengo idea cómo pueden lograr ciertas cosas con la acuarela. Empiezo a sentir esa sensación de “uyyyyy, lo que me falta para evolucionar y aprender en lo mío” así que cambio de tema. Ojeo algo de vida saludable y lo mismo. Aclaro por las dudas, siempre con amor, sé que no estoy mal, pero joder lo que falta para estar en esos estados de conexión absoluta. Y así va transcurriendo mi mañana hasta que llego a una entrada en un blog que habla de las redes sociales, de cómo usarlas sin que sean contraproducentes pero visto desde un punto de vista minimalista. Y me gustó. Pero esta vez no quiero hablar de las redes en sí, si son buenas o malas o qué son, sino desde el punto en que uno se para en ellas.
Y el principio de mi navegación disparó la palabra “comparación”. Llego a lo de siempre que sí escribí alguna vez: si me comparo con los fotógrafos de Lago Puelo estoy en cierto nivel (ponele), ahora si lo hago con todos los de la Comarca voy bajando de escalón. Y si lo hago con los fotógrafos patagónicos sigo bajando, y si es con los fotógrafos argentinos ni te cuento, pero de ahí a compararme con todos los fotógrafos del mundo… joder. ¿No será mucho?
Surfeando digitalmente me crucé con dos artistas de Instagram que me encantan, Francisco Fonseca y Samantha Dion Baker, y con ambos sentí que se estaban secando, que ya no saben qué catzos pintar o publicar para no bajar de la cima en la que están, para que no se enfríe el momento de popularidad. Y no es que me guste o no lo que hacen, ya que siempre me encanta, lo que sentí fue que empezaban a dejar de hablar, de transmitir, como que se les empezaban a agotar las pilas.
Y eso me llevó a pensar en mis dibujos, los poquitos que hice y voy haciendo día a día, donde tengo la sensación de que no entiendo las herramientas, ya sea la tinta o la acuarela. Al punto que luego de un año pintando y probando recién la semana pasada compré los primeros papeles para “acuarela”.
Por eso pensé que si ellos (Francisco y Samantha) que ya están casi de vuelta me dieron esa sensación de estar “casi” secos, qué me queda a mi.
Y ahí lo entendí lo que leí y escuché tantas veces: “Sé el verbo, no el sustantivo”. Lo que me “hace” es el dibujar y el pintar y no el resultado de haber dibujado y pintado (es decir, la obra resultante en sí). Agarré los lápices, lapiceras y acuarelas porque necesitaba calmar mi mente repleta de caos pandémico, necesitaba ocuparme en algo que no fuera juzgado por ella, que no tuviera que ser aprobado o reprobado. Simplemente necesitaba conectarme con un papel y dejar que mi mente vagara entre los trazos. Y hoy, bastante tiempo después, es lo que amo al elegir el viejo estilógrafo rotring que usaré y empiezo a trazar líneas para ver qué sale, mientras escucho música, un podcast o lo que sea. No importa lo que haga sino que lo haga.
Lo mismo sucede con la fotografía. Hace un par de años que vengo sintiendo que se me “secó” el pozo de la fotografía. Al ver tantos fotógrafos muy talentosos y tantas imágenes impresionantes siento que no tengo mucho más que decir. Sin embargo, en aquel momento en que sentí que era yo el que decía, no lo hacía por fama, sobresalir o ser alguien, lo hacía porque no podía parar de disfrutar el momento. Y esa es la clave.
Cuando disfruté el hacer por el hacer la cosa “funcionó”.
Cuando quise que la cosa funcione para ser, no logré hacerla caminar.
Incluso pasó con este blog. Cuando sentí que sería importante que tuviera un sentido y una coherencia dejó de tener ambas, al menos para mi. Y por eso fueron mermando las publicaciones.
Por eso, lo importante es fotografiar, no ser un fotógrafo. Pintar, no ser un pintor. Escribir, no ser un escritor. Peregrinar, no llegar a Santiago de Compostela. Porque si fotografío, pinto, escribo y camino, sin darme cuenta algún día me daré cuenta que ya soy fotógrafo, pintor, escritor o que habré llegado a mi destino. Pero si quisiera hacerlo al revés es casi seguro que no funcionará.