Este año me tocó irme de vacaciones a la playa, así, oficiales, vacaciones como en los viejos tiempos. En los que el día indicado, bajábamos temprano con mi viejo y mientras él preparaba el auto yo le iba acercando bolsos, valijas, las bicicletas plegadas al medio, la reposera, la sombrilla. El iba acomodando todo en el portaequipajes, luego lo cubría con la lona y, finalmente, aparecía el viejo y sucio pulpo de una bolsa que nunca supe donde estaría el resto del año (imagino que con la lona). Uno de un lado, otro del otro y lo íbamos tensando o, posiblemente, yo se lo tiraría por arriba del portaequipaje y él lo tensaba. A ver viejo, me ayudás? Cómo era? El tema es que aquí se me mezclan muchas vacaciones, algunas con pulpo, otras con sogas. Imagino que el pulpo murió en algún momento pero, como acabo de darme cuenta que de estos cuentos ya pasaron unos 35 años como poco, deberé describir lo que es un pulpo y, posiblemente, también lo que es un portaequipaje.
Años atrás, los autos no eran tan chicos, eran inmensos. Pero a pesar que tenían un baúl que el día de hoy sería casi del tamaño del auto entero moderno, las familias también eran grandes, las valijas eran grandes y todo era grande. Algo así como los habitantes de la Patagonia, los patagones o patacones. Bah, no es que yo fuera más grande, pero mi familia era de seis, el auto que teníamos contaba con un motor de 3.0, bah, sólo la reposera de mi madre no creo que entre en el baúl de mi auto actual. Sin embargo, había que poner portaequipajes en el techo, pero en aquel momento no estaban las barras que se ven hoy arriba de los autos, así que esto era una parrilla con patas de metal que se encajaban en unas pestañas que tenía el auto en el techo. Arriba se apoyaban las cosas y todo eso se cubría con una lona para que no se ensuciaran, se volaran o se mojaran si teníamos la mala suerte de que lloviera en el viaje.
De golpe me dio por pensar cómo sería el pronóstico en esa época, cómo se enteraría uno?? Imagino que por la tele o el diario y, 90% seguro que le pifiarían como locos. Así que, por las dudas, mandabas la lona y ya.
Pero una lona floja, no solo es super ruidosa, sino que termina aflojándose y saliéndose, así que para atarla existía el pulpo que no era más que un aro de metal del que salían elásticos con ganchos en la punta. Posiblemente fueran ocho elásticos ya que si fueran seis se llamaría, no sé, araña y no pulpo. Tons, aro al medio e ir estirando elásticos hacia los cuatro bordes del portaequipajes para ajustar bien todo. Revisar una, dos y tres veces que quedara bien.
Subida a mear, llamar al resto de la tropa y ahí si, subir al viejo Falcon y salir rumbo a la playa, Mar del Plata generalmente, lo que podía ser unas siete u ocho horas de viaje con suerte.
Bien, este año fue con ese estilo, aunque con diferente preparación. Una valija cada uno y llenamos el baúl. Suerte que somos tres nada más. Igual fui metiendo huevadas más chicas en los espacios hasta que no hubo más lugar y recién ahí empezó a llenar el habitáculo, pero no tanto como para que la princesa pueda disponer de todo su asiento trasero libremente, como siempre, y nos fuimos. Pero cuando uno vive en Patagonia, cualquier playa más o menos decente queda a un día de viaje. A mi me tocarían tres días. Pero llegamos y por suerte todo bien. Y, luego de años, pasé un mes tirado en la playa, leyendo, sólo leyendo. De alimentación, de mindfulness. Intentando comprender un poco más por qué hacemos algunas cosas que hacemos.
Pensaba planear mi futuro laboral pero no pude, no tuve ganas ni de pensar en él. No prendí la compu, no chequeé mail casi. Admito que me saturó. Me saturó tanta red social vacía, tanto correr para subir fotos que nadie ve o que ven por un segundo y pasan. Me cansé de estar porque tengo que estar, no porque entienda qué estoy haciendo. Me encanta escribir, me encanta fotear, me encanta mostrar el mundo como yo lo veo, al menos en esos detalles de la naturaleza patagónica. Pero ya no lo estaba disfrutando y necesité irme un ratito. Sentarme en la esquina del aula a mirar. Tomar distancia.
Y descansé. Y cargué las valijas al auto nuevamente y volví. Volvimos más bien. Y sigo sin saber nada.
Afuera hacen treinta grados o más. Y cuando digo afuera, me refiero afuera de la sombra del Roble Pellín (léase: árbol) bajo el que estoy sentado, escribiendo esto, mientras tomo mi mate mañanero después de haber ido a caminar / correr por una hora. Y acá, sentado, oxigenado, escuchando música linda, con vista a las montañas de mi pueblo y escribiendo pienso que todo está bien. Que quiero agradecer las tantas bendiciones que tengo la suerte de recibir.
Y ya habrá alguna entrada depresiva más adelante, así que espero que hayan disfrutado de ésta.