Y el viernes pasado amaneció blanco. Muy blanco. Muy pero muy blanco.
Y la nieve tiene esa magia de blanquear no solo la vista sino el oído. Porque cuando nieva no se escucha nada. Nada de nada. Nada de nada de nada. Y, te guste o no, la paz te invade. Te invade y te conquista. A fuerza de silencio, de claridad, de líneas redondeadas, suaves, sin aristas, sin sombras profundas.
Porque la nieve también tiene la magia de tapar realidades. Ella cae, con su manto blanco sobre todo, absolutamente todo, todísimo. El pasto queda bajo lo blanco, y todo el piso queda blanco, las plantas quedan blancas, las ramas blancas. La mesa del jardín, las sillas también quedan blancas, aunque ellas, de por sí, son blancas. Las perras van y vienen, con el lomo blanco. Las gatas no. Y la nieve cae, despacito, suave, y tapa. Y los agujeros del jardín o los restos de poda nunca juntados desaparecen bajo el cobertor blanco. Y debajo queda el auto que hace años no lavo y que de esta manera vuelve a ser blanco, el techo de la leñera ya no muestra sus mil retazos y remaches ni el desastre que dejó el vecino luego de fabricar su quinta cabaña.
Blanco, todo blanco. Nuestras alegrías y miserias quedan enterradas bajo la pulcritud de la nieve y calladas bajo su silencio. Los ojos miran, buscan, se asombran, agradecen.
Pienso en salir con la cámara, retratar el blanco del invierno. Pero esta vez prefiero quedarme. Es parte de mi etapa. No me dan ganas. Siento que tengo que buscar un blanco más cercano.
Y me quedo.
Nevada
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Horas buscando libros y notas de fotografía para leer. Avidez de aprender, de
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Leo: me resulto conmovedora tu descripcion.
Gracias!!!
Bellísimo Leo. Imagen y verbo.
Te quedas, pero no en vano. Puedes quedarte mas seguido y alternar con la cámara.