Me encantan los chilcos (si, la aljaba esta, Fuchsia magellanica según los libros de botánica). Una especie que fotografié muchas muchas veces, una y otra vez,fotos correctas, pero siempre sentí que todavía no había encontrado el punto. Porque la sutileza de esta flor, ya sea de sus colores como de sus estilizadas formas es tal, que un trompazo de frente no le queda, es decir, una foto impecablemente definida y con un fondo recontra prolijo cumplía con lo básico y aprobaba, pero raspando (y no en mi interior).
Y un día quise probar algo diferente, digamos que hice casi todo lo que no hay que hacer en una fotografía de aproximación. Abrí el diafragma al máximo aunque el pétalo perdiera el foco, dejé el clima frío, corté una flor detrás, desenfoqué el frente… Y me llegó.
Cuando hice esta toma había estado mirando fotografías de franceses que abusaban de este estilo, sin embargo, si las hubiera visto cinco años atrás no hubiera podido aprovecharlo, porque todavía no había aprendido a romper, a gritar, a probar, a preguntarme “qué pasaría si”. Todavía no había aprehendido que soy yo el que tiene que expresarse y que, para eso fotografío. No para ser aprobado.