Largo camino para llegar hasta Ranquil Huao. Fui a buscar bandurrias pero encontré loros barranqueros. Muchísimos. Y como todos los loros, son bullangueros, bah, quilomberos, van y vienen, chillan, hablan, cotorrean y todo eso.
Me vieron de un lado del cañadón, frente de sus nidos, agazapado y esperando una oportunidad de fotografiarlos. Iban y venían, tranquilos, tan tranquilos como puede estar los loros, a lo que voy es que no estaban nerviosos por mi presencia. Yo seguía vigilando, buscando el momento, esperando algo diferente. Ya había obtenido la foto del loro barranquero de perfil, la correcta, la de registro, la que lo describe gráficamente. Ya tenía en bolsa también la de loros volando y la del loro de frente. Uno, generalmente, va con una idea de fotos básicas que hay que hacer sí o sí. Esas ya estaban cubiertas, así que podía relajarme y buscar una foto diferente, donde mis sujetos interactuaran o sucediera algo diferente.
Vi la rama con dos loros, había algo entre ellos. Interesante. Compuse poniéndolos en el tercio derecho y tiré un par de fotos. Mejoró lo anterior, pero le faltaba sal, a mi gusto. Aterrizó otro más a la izquierda, así que modifiqué la composición para que entraran los tres. Algo más ajustado y con mucho aire en el centro, apostando a que el de la izquierda se acercaría a los otros dos. Pero no, en vez de eso, vi acercarse un cuarto individuo. Y como he notado que sucede con otras especies, sus compañeros lo siguen con la mirada cuando aterriza.
Tomé la foto antes que cerrara las alas, para marcar de esta manera una diferencia importante respecto a los otros y que, a la vez, nos dé terreno para imaginar diferentes situaciones. En mi caso, no puedo evitar recrear una conversación en la que el sujeto de alas abiertas exagera, contando cosas inverosímiles, mientras los dos de la derecha y el individuo de la izquierda lo escuchan admirados.