Somos el fuego y yo. Dos partes de una vida en el momento en que se juntan.
Ya pasó la cena con el grupo, el café en inglés y la danza maasai. Ya terminó la magia del fuego para muchos que vencidos por el cansancio se fueron retirando.
Solo quedamos el fuego, cuatro maasai, un luo y yo. Siete estatuas petrificadas ante la cautivante mirada de unos leños dorados. Divago entre los ruidos extraños, el frío de la noche, la luna, las estrellas y ese algo que intento definir. Ese algo que siento en mi interior y que me dice que todo está bien.
Y la noche.
Y las esculturas humanas de piedra.
Reunión de druidas dirían, o simplemente un cuadro de Leonardo.
Miro sus ropas, largos pareos rojos que los envuelven, sus collares infinitos, o sus orejas, con perforaciones que se agrandan a fuerza de años de colgar elementos, desde un palito, hasta trozos de madera. Me detengo en sus lanzas y masas. En sus ojos. En su paz.
De pronto la delicadeza de la noche se raja. Siento una presión en el ambiente. Las cabezas se levantan, los oídos se agudizan y la rajadura estalla tras algunas palabras secas en un idioma que nunca entenderé.
Y la noche se mueve. Los cuatro maasai se levantan, toman sus lanzas, las masas y machetes y sin decir más se esfuman en la espesura de la noche con un silencioso y veloz trote.
Ante nuestros rostros de desconcierto el luo, Joseph, dice simplemente: “una vaca”. Nunca se me hubiera ocurrido ir a buscar una vaca con lanzas pensé, pero no, lentamente la historia se va completando.
Los maasai, son una tribu ganadera. Dependen de su ganado, tanto para alimento como símbolo de riqueza. Nuestros compañeros actualmente cuidan el campamento pero no por eso pueden evitar un llamado de su sangre ante una vaca perdida. Hace un intervalo en su relato, escucha, y sigue. Ese ruido no está relacionado, son los baboons que deben haber olido un leopardo. Y el de atrás es un elefante comiendo en los arbustos. Ese, es un ciervo avisándole a su pareja que hay movimiento en la noche, deben estar volviendo los chicos…
Al rato veo a veinte metros los maasai acercándose, no muy conformes por lo que expresan sus rostros. Le cuentan a Joseph que, tras unos cuantos “simba” nos explica. Cuatro leones mataron una vaca perdida. Uno de ellos completa la historia: “cuando llegamos ya era tarde. Los perseguimos intentando cazarlos. Arrojé mi lanza pero fallé”. Ante mi cara dijo muy naturalmente: “miedo, no, en cierta forma yo también soy un león”. Hablaron un poco más pero cada vez más lento. De a poco volvió la tranquilidad y la magia nocturna. Ya casi sin luna, el fogón brillaba cada vez más fuerte. Y otra vez nos petrificamos. Cada uno en su mundo, sus alas y su historia. En sus miedos, preocupaciones y deberes. Y ya no se rompió más esa paz, salvo por un pequeño comentario: “Esas, son las hienas. Se ríen porque esta noche tienen banquete”.
Fascinante, cuanta magia !! Yo prefiero ver tus fotos, no soy valiente pa eso, jaja
Una belleza el texto y mas aun la presencia,el colorido y la fuerza de la autenticidad
que emana de esa foto.
Me sorprende una vez mas el impacto de la imagen.
Gracias Leo.