Una vez me preguntaron cómo es Kenya. Más auténtica, respondí. Y al toque me viene a la cabeza la visión del personal del hotel en Diani apagando el fuego del techo como si fuera su vida la que perdían; porque creo que era más o menos así, perder su trabajo o suspenderlo siquiera es casi como perder sus vidas. Es trabarse en un sistema dificilísimo, es no poder darse lujos (que igualmente no vi en nadie), o quizás que los desalojen. Pero estaban ahí, con una manguerita que parecía de juguete, tratando de apagar un techo de paja que ardía totalmente entre llamas impresionantes.
Kenya es el maasai que con cara de asombro me responde que él también es un león, no tiene que temer nada entonces. Y se fue con su lancita a buscar cuatro leones que le robaron una vaca.
O Kemekelimpur, con una trenza que le llega hasta la cintura, que vende artesanías para vivir, y espera que el pelo le crezca 5 cm más pues ese será el momento de casarse. Se pelará y pasará a formar parte de los hombres mayores de su tribu.
Kenya, de entrada parece un país raro, pero de a poco empezás a escuchar tus intestinos que reclaman que sos vos eso que estas viendo. Que es tu parte primitiva, pero pura. Es impresionante la simpleza que puede tener la gente cuando no está tan contaminada, cuando todavía sabe sus raíces, cuando conserva algo de sus tradiciones.