Había sido uno de esos extraños días que ocurren de vez en cuando en los viajes. Ningún templo importante para ver, ninguna ciudad con historia o algo para recorrer… solo dos cascadas a las que fui a tirarme un rato para descansar y no hacer nada. En fin, uno de esos días en que no debería pasar nada diferente.
Pero en una de las cascadas se entabló una rara relación no hablada con una familia local, en la otra sucedió lo mismo con un grupo de chicos que estaban de picnic, luego una fiesta nacional a la que fui participado como invitado de honor mientras la recorría casualmente todo transpirado por el día de paseo. Demasiadas cosas para un día que no prometía nada inusual.
Llegada la noche hice mi pequeña recorrida por el centro y luego fui a cenar a un restaurante que resultó tener esa onda modernosa fría típica occidental. La comida no fue nada del otro mundo. Al terminarla, pedí la cuenta pues tenía intenciones de ir a tomar un café o una cerveza en algún lugar un poco más Thai. Había visto un barcito cercano al restaurante en mis caminatas diurnas. Salí y me dirigí hacia allá.
Al llegar me decepcioné un poco pues los únicos tres clientes del bar eran occidentales. Igual entré, me senté y pedí una cerveza. Me atendió el dueño —también occidental, obviamente— que me preguntó de dónde era. Así se originó una charla que pronto incluyó a los otros tres clientes. El más joven era neozelandés, demasiado impulsivo para mi paciencia y típico borracho molesto. Después había un irlandés, un inglés y el dueño del bar que era francés. El neozelandés y el francés rondarían los cuarenta y pico, los otros dos estarían por los sesenta. La charla navegó por diferentes temas, variando de tonos y participaciones hasta cierto punto en que me quedé charlando solamente con el inglés mientras los otros seguían disfrutando sus efluvios alcohólicos en forma de palabra.
Siempre me intrigó qué lleva realmente a una persona a cambiar de país de residencia, más aún si se muda de Occidente a Oriente, y muchísimo más si viene de una gran ciudad y se establece en un pequeño poblado perdido. Por otro lado, generalmente son un complemento excelente para conocer detalles del país que visito y que se me pueden pasar por alto. La charla con el inglés vagaba entre temas diversos:
– Luego que el trabajo terminó, simplemente me quedé. Este es un lugar donde uno se siente realmente vivo.
– Hoy, fui a un par de cascadas en los alrededores y luego estuvimos en la fiesta por el cumpleaños de la hija del rey. Me llamó mucho la atención la expresión de la gente, la sonrisa franca, la alegría que parecen tener. ¿es realmente así, o vi solamente lo que yo quise ver? ¿son felices?.
– Si, viste bien. Son felices. No tienen casi nada, pero lo que tienen es lo que necesitan. Sus amigos, sus cosechas, su tierra. Es un pueblo realmente admirable. Nosotros los occidentales tenemos mucho para aprender de ellos.
– Si, absolutamente. Por momentos intento entender qué es lo que hace esta diferencia.
– No importa eso ahora, sería mucho y con lo que ya hablamos basta. Pensá en eso.
– Bueno.
– Sé que vas a volver a Chiang-Rai.
– ¿porqué lo dice?
– Simplemente lo sé.
Excelente relato de viaje, Leo. Muchas gracias por trasladarme por un rato a Chiang-Rai.