Siete de la mañana. Me despierto y corro las cortinas del cuarto para echar una mirada. Bangkok. Edificios tapizados de smog y miles de personas hormigueando de aquí para allá sin sentido aparente. Nada pasa por mi cabeza.
Aterricé anoche, vine directo al hotel y entre luces nocturnas imaginé una visión diferente, algo así como los efluvios de una antigua capital oriental; no edificios, más edificios, un baldío frente al hotel y demasiada gente bajo un cielo tan cargado y con ganas de gritar. Estudio el mapa detenidamente intentando darle tridimensión y así entender dónde me muestra lo que veo por la ventana, pero sólo me ayuda a recordar una vieja frase leída por ahí que dice que un mapa no es la ciudad y la ciudad no es su mapa. Igual intento memorizar donde estoy y hacia donde iré. Y salgo.
Al cruzar la puerta encuentro otra falla en mi pequeña Bangkok bidimensional: la temperatura. Creo que debería haber sido coloreado de rojo fuego para representar los cuarenta grados y cien por ciento de humedad que me golpean al abrirse las murallas de mi hotel.
Camino despacio y sin objetivo. Amo y odio el momento de zambullirme en una ciudad extraña dentro de un país ajeno con una cultura inimaginable.
Lo amo porque dura demasiado poco esa sensación de estar perdido descubriendo a cada paso un nuevo pedazo del mundo que habito hace años. Intento imaginar qué puede sentir un tailandés si hiciera lo mismo en Buenos Aires e incluso llego a pensar en qué podría pasar si algún día decido recorrer mi ciudad con la misma incrédula inocencia. Calculo que encontraría demasiadas cosas que nunca he visto.
Pero lo odio porque me enfrenta con mi peor miedo: el de no saber. No saber si el terreno que piso es firme, si ese señor me mira así porque lo intrigo, lo ofendo, lo molesto, porque quiere aprovecharse de mí o vaya uno a saber por qué. Hace tiempo descubrí que el lado bueno de esta sensación es que la única forma que tengo de hacerle frente al no saber es “ser yo”; aquí no sirven mis estructuras, mis armaduras, mis silencios o mis refugios.
Camino absorto por horas. Mi alma salta incansablemente de un lado a otro queriendo captar semejante ataque visual, buscando las causas de tan intensos olores o con la idea de encontrar la fuente de sonidos desconocidos.
A medida que la claridad del día baja, pequeñas luces nacen entre los negocios del mercado y todo cambia. La gente que sale del trabajo invade las calles; ya no son las caras de quien tiene todo el día para vivir sino la de alguien con un objetivo preciso. Un carro de comidas con la mercadería todavía humeante me obliga a bajar a tierra y buscar refugio en un negocio de ropa que está cerrando. Pasa a mi lado dejándome escuchar los crujidos de la sartén que pelea por no derretirse ante un fuego desmedido. Otros negocios guardan lentamente sus cosas y bajan sus persianas también. Es hora de volver.
Camino suavemente intentando esquivar la marea de gente que viene de frente, para llegar a la avenida del hotel. No solo no avanzo sino que retrocedo.
Camino firmemente intentando esquivar las olas de gente que vienen de frente para llegar a la avenida del hotel. Pero sigo sin avanzar un solo paso.
Camino ayudándome con los codos queriendo destrozar el muro de gente que viene de frente para llegar a la avenida del hotel. Y finalmente lo consigo, pero descubro que esa no es la avenida buscada. Ya no sé si amo realmente esta sensación de estar absolutamente perdido en una ciudad nueva. Decodifico el mapa e intento nuevamente escabullirme entre la marea humana, pero ésta me arrastra en contra de mis intenciones. Cansado, me dejo llevar. Ya estoy perdido así que al menos me gratifico con la idea de dejarme conducir suavemente en vez de pelear.
La muchedumbre se disuelve minutos más tarde en la esquina de mi hotel.
Siete de la mañana. Me despierto y corro las cortinas del cuarto para echar una mirada. Bangkok. Edificios tapizados de smog y miles de personas hormigueando de aquí para allá entre mercados y calles con una historia muy diferente a la mía cotidiana, pero no tan distintas en lo verdadero. Tiro el mapa a la basura y vuelvo a la cama para dormir un poco más.
6.10.99 Bangkok