Cansado de tanta caminata, me siento en la fuente del Mahatma Gandhi Chowk para descansar. En este lugar, se juntan cinco calles creando un gran espacio vacío. A media cuadra de aquí, según la dirección que tome están: el mercado tibetano, la iglesia católica, unos de los tantos mercaditos de Dalousie, los restaurantes –dos en total– y la zona de hoteles baratos.
Esto hace que el tránsito sea muy interesante e inusual. Pasa una familia sikh, todos vestidos de blanco con turbantes y barba los hombres, luego dos porteadores que se dan vuelta para mirar a una hindú con trapos más ajustados que lo común, que va siguiendo a su hombre –ellos siempre caminan más adelantados que sus mujeres–. Mientras los sigo con la vista quedo atrapado por tres burros que vienen hacia mí, pero no llegarán pues se cruzan con un camión que tendrá mínimo cuarenta años y que lleva agua potable, casi no puede avanzar pues dos tibetanos se le cruzan al esquivar los cinco huesudos caballos de alquiler y un perro que vagaba entre ellos, pues había olido el aroma del carrito de frituras a quince metros que a su vez intentaba no pisar a los vendedores de choclos asados, ni a su clientela que, al comprar su pieza de comida da mediavuelta y empieza a caminar sin mirar siquiera a un grupo de cuatro mujeres hindúes que son las únicas que vi solas en todo el pueblo. Se esquivan mágicamente, justo al paso de un jeep-taxi que se detiene en el medio de este hervidero para que sus cuatro pasajeros bajen y tome cada uno sus dos valijas y con ellas se alejen saltando el charco de agua que dejó el camión de hace cinco minutos mirando extrañados un auto casi último modelo con los vidrios polarizados, la música retumbando afuera y adentro y con cinco muchachos con mirada de “si, soy yo”. No creo que busquen mujeres pues no las hay; además su casamiento va a ser arreglado por sus padres. Lo que no está arreglado es que se les cruce un policía que se dirige a los restaurantes pero esquivando el container de basura donde una vaca compite con un pordiosero por los restos más respetables de comida que el cocinero del restaurante más cercano provee de vez en cuando.
Me extraña no ver ningún mono –pues el pueblo está lleno de ellos– ni ningún turista occidental. ¿Me habré equivocado de centro?
18 de septiembre de 1999