El paisaje refleja la sensación desértica que tengo dentro mío. Es la imagen exacta de mi viaje hasta aquí.
Miro hacia atrás e imagino las montañas nevadas que acabo de cruzar, páramo inhóspito que hace de muro de contención de la India calurosa y superpoblada que logró abrumarme; en la dirección opuesta busco el Taglang-La, paso de 5300 metros de altura que cruzaré mañana. Mientras, me quedaré acá en Pang.
Giro la cabeza intentando encontrar algún detalle por donde empezar mi recorrida visual pero no aparece nada. Grandes cumbres, un río con demasiados brazos, una carretera que surge de algún recodo invisible serpenteando sin forma para perderse en alguna otra curva indefinida y, en el centro, un grupo de carpas blancas en semicírculo. Toda idea de flora local se reduce a unos pocos manchones de hierba y diferentes flores minúsculas. Nada se eleva más de cinco centímetros del suelo.
Siento un irresistible impulso de caminar, quizás con la idea de encontrar una saliente diferente, una piedra negra, un poco de nieve, un puesto de panchos o un simple cartel; algo diferente que cumpla la función de vértice por un ratito. Y lo hago, camino. Pero el mal de altura y el sol del mediodía me obligan a desistir a los diez minutos. Semidestrozado giro la cabeza nuevamente, pero sigue todo exactamente igual, como si no hubiera dado ni un mísero paso.
Posiblemente lo vuelva a intentar al atardecer, cuando las sombras de las montañas me ayuden un poco. Así que desando mis pasos y me dirijo hacia el grupo de tiendas con nombre de pueblo: Pang.
Todas las carpas son iguales, salvo en sus carteles que anuncian “Hotel y restaurante” seguido del nombre del propietario. Me quedo un buen rato parado entre ellas intentando decidirme por alguna, absurdo proceso bastante similar al de la elección de un shampoo entre los diez de mi esposa –a pesar que soy pelado–, pero esta vez un poco agudizado debido a la falta de oxígeno en el cerebro gracias a la altitud. Finalmente me decido por el “Hotel y restaurante Sonam” y me dirijo hacia allí.
Apenas entro, el desconsiderado sol se convierte en una suave luz al filtrarse por la tela de la tienda. A mi izquierda un mostrador lleno de bebidas, frituras y algún que otro artículo necesario para la supervivencia en zonas remotas como papel higiénico, aspirinas, caramelos, galletitas, chocolates; a la derecha, cuatro o cinco mesas bajas, con colchones haciendo de asiento o de cama, según la hora del día; y al frente, una abertura que comunica la carpa en que estoy con su siamesa que, alfombrada de colchones, es la que justifica la palabra “hotel” en el cartel de la entrada. Pido un “dal” –arroz, y salsa con porotos– y un té. Es la cuarta vez consecutiva que como lo mismo, ya que es lo único que veo pedir a los lugareños, me tiene un poco cansado pero no encuentro ninguna otra alternativa por estas zonas. Por un dólar me dan un colchón –en el que se sienten muy bien las piedras del piso– y una manta, las únicas armas con las cuales enfrentar el frío intenso que trae la noche.
Más tarde conozco a Sonam, la dueña. Ella es una mujer ladakhi de entre treinta y cuarenta años, muy simpática y simple. Hace exhibición de una risa contagiosa mientras me cuenta que cada temporada viene a establecerse a Pang para atender a los escasos viajeros que transitan por esta ruta durante los cuatro meses en que las montañas se deshacen de sus capas de nieve y lo permiten. No tiene electricidad, gas, agua corriente u hospital; ni siquiera hay leña, un baño o intimidad. Al imaginar cuatro meses así, sólo se me ocurre admirar su coraje.
Así como Sonam, hay unas veinte personas en Pang. Y al igual que Pang, existen Darcha, Sarchu y vaya a saber cuántos sitios más. “Aldeas del Himalaya” habitadas por seminómades que abastecen y refugian a los viajeros que cruzan la gran cadena montañosa desde el norte de India hacia las regiones de Ladakh y Zanskar.
27.6.99 Leh, Ladakh. India.
excelente relato,excelente experiencia!
Gracias!!
preciosa la entrada y muy bien escrita, pero: ¿por qué el cambio de fuente? Me resultó más difícil leerla…
Nidea, luego veo si lo descubro. Abrazo.