Agua movida y con efecto seda se escurre bajo un coihue (Nothofagus dombeyi) encendido por los últimos rayos del sol del atardecer en el Río Manso, en el Parque Nacional Nahuel Huapi, Río Negro.
Creo que existen los genios, los iluminados, los que nacieron con el toque, el don. He conocido a unos cuantos. Son personas con una lucidez en su campo que te dejan boquiabierto al verlos trabajar o ver los resultados que obtienen sea el campo que sea a lo que se dediquen. Recuerdo un par de estudiantes de arquitectura que eran realmente increíbles, sacaban diseños de la galera superando muchas veces el límite de lo imaginable. He visto músicos de esos que cuando agarran la guitarra sentís que es como una extensión de sus brazos, por la naturalidad con que le extraen melodías, por la relajación y la felicidad que demuestran al expresarse. Y encontramos gente así en la mayoría de las profesiones y ocupaciones del ser humano.
Desde ya que eso también sucede en la fotografía. Hay fotógrafos que nacieron con este don, con la cámara incorporada podría decirse.
Desde ya a mi no me tocó ser uno de ellos y posiblemente vos tampoco lo seas, sin embargo, creo que se puede lograr esa grandeza trabajando, trabajando mucho.
Se dice por ahí que las primeras diez mil fotos son las de prueba y recién al superar esa cantidad empezamos a fotografiar en serio. No puedo decir que esté del todo de acuerdo con una aseveración así, pero tampoco estoy tan en en contra: la única forma de mejorar nuestras imágenes es trabajando, es decir, saliendo con la cámara a fotear, fotear y fotear. Y luego en el cuarto oscuro digital analizar, retocar, revisar, comprender qué pasó, qué salió bien, qué no y qué cambiar para la próxima vez. Y jamás dejar de aprender: tomar cursos, leer libros, buscar en Internet, lo que sea necesario para conseguir las herramientas para salvar los errores y llegar a los resultados pretendidos.
No sé si el número diez mil se refiere a esto, pero sí creo que hay un momento donde todas las fotografías normales ya las sacamos. Ya hemos probado sacar al mediodía y hemos confirmado que la luz no ayuda. Difícilmente volvamos a hacer esa prueba salvo cuando estamos en sitios a los que no podremos volver, y lo mismo sucede al fotografiar un ave, un mamífero, una flor, lo que sea. Una vez que conseguimos las fotos en foco pero que no dicen nada, sentiremos que no hace falta que las repitamos cada vez que volvemos a encontrarnos con la misma situación y, lentamente, la cantidad de disparos bajará pero, a su vez, aumentará la cantidad de fotografías “buenas” ya que no nos quedará otra opción que atender la luz, buscar una historia o hacer lo posible para que nuestro arte evolucione.
Y la única forma de hacer eso, es trabajando, analizando, investigando, saliendo, buscando, abriendo los ojos un poco más y, fundamentalmente, no quedándonos estancados en un punto de nuestra fotografía (ni en un punto de nuestra vida).
Que lo tiró, parece que estuvieras describiendo mi situación; pero en la última oración, no en la primera =/