Son las 4 de la tarde. Las pinturas rupestres son chicas y pocas, se podría decir que casi ni existen, pero zafan por el sitio en el que están, eso sí que es realmente impresionante. Un inmenso paredón con un poco de techo, donde están los dibujos de un lado, pero si me doy vuelta, me encuentro con un amplio valle que alberga un pequeño lago, un río y tras cuyos límites asoma, a lo lejos, el imponente macizo del Paine.
Estaba perdido en mis pensamientos, cuando escuchamos la alarma de un guanaco, luego otra y más tarde una tercera. Hurgando en los filos de las elevaciones cercanas encontramos los responsables. Todos miran hacia el mismo lugar. Es solo cuestión de unir la dirección a las que apuntan sus cabezas y donde esas líneas convergen es donde encontraremos la amenaza. Tan increíble como simple.
La manada, al otro lado del valle, queda atenta. Aguzamos la mirada y vemos al puma, agazapado, acercándose a su presa. La alarma continúa, la manada lo ve y se aleja corriendo. El felino, al ver esto, se da cuenta que no vale la pena, así que da media vuelta y cruza el valle hacia la senda, la misma senda que tomamos minutos antes nosotros para subir hasta aquí.
La manada, al otro lado del valle, queda atenta. Aguzamos la mirada y vemos al puma, agazapado, acercándose a su presa. La alarma continúa, la manada lo ve y se aleja corriendo. El felino, al ver esto, se da cuenta que no vale la pena, así que da media vuelta y cruza el valle hacia la senda, la misma senda que tomamos minutos antes nosotros para subir hasta aquí.
Casi instantáneamente salimos caminando rápido hacia el punto posible de cruce. Queremos acercarnos un poco, tenerlo a tiro, lo suficiente para que las fotografías obtenidas valgan la pena. Pero luego de seguir la senda unos quince minutos, el puma desaparece. Los dos primeros de nuestro grupo se detienen, al toque llegan los dos segundos que se les unen. Levantan las cámaras y yo, llegando último, pregunto dónde está que no lo veo. Va hacia vos, me responden. Y ahí lo veo. Estará, como mucho, a quince metros de mi, mirándome fijo, caminando en sentido contrario pero con una dirección paralela, si todo sigue así, nos cruzaremos a unos diez metros como mucho. Avanza decidido y sin dejar de mirarme. Me detengo en seco y pienso en mis alternativas. ¿Cómo reaccionarían en ese momento?
En mi caso lo único que se me ocurre es preguntarle al guía: ¿puedo fotografiarlo? No sé qué esperas!, me responde… Levanto la cámara y empiezo a vaciar el cargador o, más bien, a llenar la tarjeta. Bajando de vez en cuando para confirmar que su camino sigue de largo y no piensa comerme, al menos el día de hoy. Habiéndonos cruzado dobla, cruza la senda que pisé segundos antes y sube alejándose. Bajo la cámara y tomo aire. Ahora puedo afirmar que sí, estoy en Torres del Paine.
Un mes antes, leo al pasar un mensaje de Kevin Zaouali, en Facebook, anunciando que buscaban compañero para la Expedición Concolor II, cuyo objetivo era fotografiar pumas silvestres en Torres del Paine, al sur de Chile. Sin mucha esperanza, sabiendo la multitud de gente que puebla dicha red social, le digo que me interesaría así que podía contar conmigo. A la semana, me comunica con Gabriel Rojo y entre los dos empiezan a ponerme al tanto de la situación.
Bastantes detalles para resolver, pero el viaje es posible y estoy entre los candidatos. Por mi parte, aprovecho que pocos días antes de viajar cumpliré medio siglo, asi que transformamos (con mi familia) esta aventura en mi regalo de cumpleaños. Los días pasan, la ansiedad aumenta y, finalmente, el jueves 18 de junio a la noche, tomo el micro que me llevará a Puerto Madryn, en Chubut.
Bastantes detalles para resolver, pero el viaje es posible y estoy entre los candidatos. Por mi parte, aprovecho que pocos días antes de viajar cumpliré medio siglo, asi que transformamos (con mi familia) esta aventura en mi regalo de cumpleaños. Los días pasan, la ansiedad aumenta y, finalmente, el jueves 18 de junio a la noche, tomo el micro que me llevará a Puerto Madryn, en Chubut.
Llego el viernes a la mañana y me va a buscar Kevin, vamos a su casa donde termina de preparar su equipaje mientras nos conocemos personalmente (luego de años de conocernos virtualmente), la charla no se detiene en ningún momento, charla de equipo, de experiencias, de intenciones, de sueños, de historias, de lo que sea. Gabriel Rojo llega a la tarde y se suma a la charla permanente. Cenamos temprano pues el sábado salimos de madrugada.
Y así es, a las cinco y media partimos de Puerto Madryn, tocando Comodoro Rivadavia a eso de las nueve para seguir bajando por la ruta tres hasta Río Gallegos, ciudad a la que llegamos ya casi de noche, alrededor de las seis de la tarde. Nos alojamos y al rato nos traen al hotel la camioneta cuatro por cuatro que decidimos alquilar previendo las posibilidades de grandes nevadas que un auto normal no podría afrontar. Más tarde nos alegraríamos de esta decisión. Tres de la mañana llega Rodrigo Folch, el cuarto integrante de la expedición, en un tardío avión desde Buenos Aires.
Luego de presentarnos con Rodrigo, un poco menos dormidos, partimos antes del amanecer rumbo a Río Turbio, pues tenemos que llegar a Puerto Natales, en Chile, antes del mediodía para encontrarnos con quien será nuestro guía. La camioneta completamente cargada se comporta de maravillas y vamos relajados hacia nuestro destino aprovechando para conocernos un poco más. Pero en una recta, de pronto, nuestro vehículo resbala y pierde completamente el control. Cada uno se agarra de donde puede, algunos se agachan, otros miramos sin pensar demasiado. Calculamos el golpe o rezamos y pedimos que nos enderecen, no se sabe. Son esas sensaciones horribles y largas donde uno tiene tiempo de todo, salvo de evitar lo inevitable. Y vaya uno a saber qué pasó, si alguna oración se escuchó o no tenía que ser, simplemente, pero de pronto escuchamos un golpe y, en vez de salir dando vueltas por la banquina, la chata se endereza y enfoca el camino de nuevo encontrando la tracción. No podemos creerlo y seguimos despacio, hasta que podemos parar.

Pasado el susto, ponemos la doble tracción y seguimos camino lentamente hasta Río Turbio bajo una nevada bellísima. Es una mezcla de hermosura del nuevo paisaje con pánico pasado por lo vivido, dándonos cuenta que no solo volcábamos y arruinaríamos la chata, sino que se cortaría el viaje y no hubiera sido raro que nos matemos o quedáramos heridos de gravedad. Por mi parte, le agradezco a Dios por habernos vuelto al camino.
Muy tarde llegamos a Puerto Natales, luego de una frontera nevada que hubiera sido imposible cruzar con un auto común. Ahí nos encontramos con quien será nuestro guía. Compramos los víveres para los días de expedición y luego de zamparnos un merecido Chacarero (sánguche de carne, lechuga, tomate, huevo…) seguimos camino hacia el límite del Parque Nacional Torres del Paine donde se encuentran las cabañas en la que nos alojaremos durante la próxima semana. 

Que buen viaje, felicitaciones!!! (queremos mas fotos)
Gracias Gastos y tranqui, van mucha más en estos dos días.
Qué maravilla de viaje Leo. Disfruté el relato, me tuviste en vilo. Las fotos del puma sensacionales!
Qué huevos pibe. El puma habrá dicho: éste se cree que no lo veo detrás de la camara?
Esperamos mas fotos.
Gracias Uka , en un rato salen mas!!
Leo, qué de adrenalinaaaa!!!! Me puso nerviosa tu relato, ni pensar si hubiera estado ahí! Ya vas armando tu libro “Las aventuras de Leo con fotos a todo color”? Son muy buenos tus relatos!!!
Y ese puma de la portada, que está panza arriba, quería jugar con vos!!!!
Un abrazo, bellísimo lo que escribís!!!
Gracias!!
Excelente relato, que me permitió ser uno más en la travesía. Solo me detenía para volver, una y otra vez, a las fotos del Puma.
Aguardo ansioso por el resto del relato y por supuesto, las fotos que son impresionantes.
Muchas gracias por compartir, Leo.
Gracias nico!
Maravilloso viaje !!!Pudimos estar ahí los que no fuimos ( y no podremos ir) Bellisimas fotos!! Inigualable naturaleza!!Que asi se conserve y la conservemos !! Muchas gracias !!
Gracias Marina!