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El sufrimiento y el disfrutar.

Leo Ridano · abril 28, 2014 · Fotografía, Fotografía de paisajes, Relatos del bosque patagónico · 0 comments
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_MG_9196El viernes, mi hija tuvo una salida a la montaña con la escuela.
Ella no suele ir a la montaña por ende no era un programa muy agradable. Y al coincidir con su cumpleaños, menos aún.
Y por mi lado, aprovechando que no vendría hasta la tarde planeé una salida al Lago Hess para fotear colores de otoño que, según me contaron, allá abundan para esta época.

Tomo la ruta a las ocho de la mañana, cuando recién empezaba a aclarar. Día despejado, no pintaba amanecer muy interesante. Teniendo que entrar en el camino de subida antes de las nueve, me venía bien no distraerme mucho, ya que tenía una horita hasta la entrada.
Pero, obviamente, ocho y media explotó el día. Y arrancó con una cara mirando los colores del cielo. Luces de un lado, nieblas del otro, álamos amarillos, bosques de Nothofagus brindándome una variadísima mezcla de amarillos, naranjas, rojos… Tras una minipelea interna decidí parar y aprovecharlo. Había salido a fotear otoño y juro que eso era otoño en su máxima expresión.
Bajé y le dediqué el tiempo necesario. Alucinante, como siempre. Seguí camino y, en el Cañadón de la Mosca, lo mismo. Cipreses de la cordillera en contraluz con las montañas y las nubes, nieblas ocultando piedras, entre bosques, amaneceres y cosas no tan comunes, al menos para mi vista. Y me acordé del comentario de Uka respecto a las fotos de Dios, joder que ahí estaba.

Terminé llegando a la entrada del Parque Nacional a las nueve y media, totalmente decidido a encontrar un plan B, que podía ser, posiblemente, ir al Tronador en vez de al Lago Hess. Pero como siempre, ambas posibilidades seguían abiertas. El camino de subida de uno era hasta las once y el otro hasta las catorce horas (son caminos tan angostos que tienen horarios de subida, de bajada y de doble mano). Nueve kilómetros hasta los rápidos (donde se dividen los caminos), me daría tiempo para decidir. En sí, lo que me hacía dudar ir para Tronador, era que no hubiese suficientes colores, por un lado, y que son 40 kilómetros de camino sinuosísimo en ripio, de esos que tardás un horror en recorrer. Decidí jugarmelá y hacerlos igual.

Fue un día impresionante. Hubo foto por todos lados, colores hasta la coronilla, el imponente Monte Tronador de protagonista constantemente, mucha más agua que la que esperaba de entrada (para poder reflejar colores)… Un día verderamente productivo. Solo que, cuando empecé a volver, me di cuenta que ya eran las cinco de la tarde y había quedado con mi hija que tipo seis o seis y media ya estaría por la zona para pasarla a buscar y llevarla a casa.
Y empezó la vuelta, cuarenta kilómetros a esa velocidad como para no romper el coche, no pegármela (igual es mano única), pero sin parar para no tardar tanto. Una hora y cuarto bamboleándome que, desgraciadamente, siempre termina mareándome y descomponiéndome. Y juro que hay pocas cosas más horribles que ir manejando y empezar a sentir esa sensación horrorosa de mareo… Ya en el asfalto, la cosa dejó de empeorar y aflojó un poco. Igual, en esos casos, lo único que deseo es salir del auto y caminar un rato o tirarme en una cama o lo que fuera pero lejos de cualquier vehículo en movimiento. Sin embargo, tenía una hora más hasta llegar a El Bolsón.

Una vez en la ciudad, me encontré con Ale, mi hija, y yendo para casa empezamos a hablar de cómo le había ido en su caminata. Al preguntarle si le había gustado o no, me contestó que estaba cansadísima y le dolía todo. Le expliqué, entonces, que una cosa es cómo fue la experiencia y otra muy diferente es lo que viviste para llegar a eso. Y le conté de mi día, extraordinario en su mayor parte, pero un martirio desde hacía un par de horas. Igual que mis salidas a la montaña, cada vez que me encuentro subiendo a un refugio, cargado con el equipo, me pregunto qué catzos vuelvo a hacer en esa horrible situación de cansancio, falta de fuerzas y sufriendo como un marrano… Pero generalmente la paso tan pero tan bien, que logra que me olvide de las penurias para arrancar la próxima vez. Me divirtió que se sorprenda. Ella creía que tenia un papá que subía la montaña de taquito, no que me costara horrores y detestara esa situación, al menos la subida.

Y eso, generalmente, es lo mismo que nos pasa como fotógrafos. Visto desde afuera uno se imagina la poesía de la fotografía de naturaleza: lugares paradisíacos, con un clima impecable de entre 18y 20 grados, donde uno llega, pone el trípode, lentamente saca la cámara, ajusta, calcula, revisa, fotea, pone el brazo en el trípode y disfruta del hermoso paisaje. Pero a veces (el 98% de las veces) no es tan así: Venir manejando y ver un cóndor posado a media altura en la montaña, significa tirar el auto a un costado del camino, haya lo que haya, sacar trípode, lente largo y empezar a correr como un sacado subiendo la montaña hasta llegar al punto ideal (desde ya, si el cóndor nos deja), o caminar por un hermoso bosque y ver un hongo hermoso, acto seguido, hay que acostarse en el piso húmedo y frio por un largo rato intentando que el modelo se vea como lo visualicé o la típica sensación que se siente al haber visto una flor impresionante y, al poner la rodilla en el suelo, sentir miles de piedrecitas que te destrozan la rótula, espinas que tendrás que bancarte mientras dure la sesión o abrojos que voy sacándome en el auto por horas…
Se sabe que las mejores fotografías son cuando llueve, hay niebla o nieva, cuando hay tormenta, viento, invierno, todas ocasiones en que lo último que haría un humano normal, sería salir a la intemperie a mojarse, enfriarse, pelear contra los elementos, cargando unos ocho kilos de peso e intentando no arruinar el equipo en todo esto…

Pero es tan placentero el acto de crear fotografías, el llegar a la cascada te dirigías o haber disfrutado un día en el Tronador que, aunque necesite que transcurra un tiempito para repetirlo, sé que volveré a hacerlo. Porque algunas felicidades necesitan un cachito de sufrimiento o de incomodidad.
Y le pregunté a Ale si volvería a hacerlo, si le había gustado lo suficiente para volver a caminar y quedar rota nuevamente. Me dijo que si.

Amanecer en la ruta 40
Poco antes de El Foyel
Poco antes de El Foyel

Poco antes de El Foyel
Entrando en el Cañadón de la Mosca
Cañadón de la Mosca

Bosque bordeando el Lago Mascardi
Hotel Mascardi, si mal no recuerdo.
Primera vista del Tronador.

Abrazo

PD: Todavía no pude ver ni la mitad de las fotos que saqué el viernes, pero no quería patear más esta entrada, así que prefiero subirla con todos los preámbulos y la primera foto del Tronador. Imagino que en otro post completaré el paseo. Que lo disfruten.

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0 Comments:
  1. Genial!! Fotos, relato. Todo muy bello

    adriana gillies · abril 28, 2014
    • Gracias!!!

      Leo F. Ridano · abril 28, 2014
  2. Hermoso todo, gracias por compartirlo.

    susana gomez · abril 29, 2014

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En mi trabajo quiero transmitir sensaciones. Transportar al espectador a la simpleza, la perfección y lo asombroso del mundo natural, a esos momentos mágicos de conexión con éste, donde la maravilla del universo se traduce al lenguaje cotidiano por medio de líneas, planos, texturas y colores. Más en mi biografía.

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