Ok, en eso andaba, es decir, en todo lo que escribí en la entrada anterior cuando de pronto me crucé con un arbolito que, de a poco, cambiaba el color de sus hojas.
Busqué el resto del paisaje, el árbol sería el sujeto y solo me quedaba encontrar un entorno, un fondo o algo. Pero no había nada más. Un árbol, con hojas de un color bellísimo y una delicadeza impresionante. Seguí de largo. Seis pasos. Volví y miré otra vez.
Hay una fuerza mágica superior, Dios, naturaleza, energía, Ser superior o lo que sea, que guía nuestras locuras y ojos, al punto de detenernos, darnos vuelta y obligarnos a repensar muchas cosas nuevamente.
Saqué la cámara, le puse el macro, trípode y nuevo juego de seteos, es decir, quise hacer algo que en otro momento no hubiera hecho y me puse a jugar con las hojas y las fotos. Pero al decir jugar no me refiero a sacar dos mil fotos y ver si pinta algo. No, todo lo contrario, a pensar, mirar y probar sin disparar de más.
Y, muy posiblemente, el resultado sea mucho más otoñal que las fotos de la entrada anterior, o no. Quizás hasta prefieras poner una de estas como fondo de pantalla en vez de las otras. O quizás no, pero aquí están y me gustan. Y me llegan. Y las siento más “mías” si es que puedo decir eso.
Que las disfruten.
Vas por buen camino. Nunca busques afuera lo que tenes dentro.
Besos,
Uka