Loasa bergii en el cerro Piltriquitrón.

Pensaba, por un momento, describir lo que hay que hacer para sacar una foto de este tipo, pero no sé si vale la pena; qué puedo decir que no se sepa, qué puedo explicar que no esté mil veces en la web. No es que tenga nada raro, un lente que permita buen acercamiento, un trípode, la luz indicada o, al menos, que no sea terriblemente mala y paciencia. Sí, paciencia. Y ese puede que se el tema.

A la gente, en la feria, le digo que el trípode es fundamental para lograr nitidez en las fotos. No es mentira, pero no es, tampoco, toda la verdad. Sacar el trípode, abrirlo, ubicarlo y afinar lentamente su ubicación hasta estar seguro que no se nos caiga, no solo él sino el equipo que sostiene… todo eso lleva tiempo. Quizás no sea más que quince segundos o, posiblemente, un minuto y medio. Si, sé que no es mucho, pero es lo suficiente para parar. Parar a sacar una foto. Parar.

Suena demasiado tonto, no? Sin embargo es al parar cuando uno ve detalles, es al detenerse esos segundos a acomodar el trípode cuando el alma se relaja y, lentamente, se mete en la cámara. Esta foto no es un recuerdo de mi subida al Piltri, sino el homenaje a una flor que está peleando por la luz, por subsistir, por polinizarse, por reproducirse. Y todo eso lo logra con sus colores, aroma y belleza. Merece una pausa, da para parar y mirarla, fotografiarla y admirarla, ya que, de alguna manera, con su centímetro y medio y sin hablar ni hacer señas, detiene mi mundo un ratito, me petrifica y me ayuda a adentrarme en el tiempo de la montaña. El tiempo del bosque.

Su tiempo.