
Otoño, época de nieblas
No sé muy bien cómo se empieza un blog.
Más bien, no tengo idea cómo se hace y menos aún si es un blog de fotografía. Ni hablar si tratara de fotografía de naturaleza, como es este caso.
Tampoco sé si está bien hacerlo, pero sentí la necesidad de probar. Aunque las fotos hablen solas (o al menos deberían) me parece interesante que exista la posibilidad de agregarles una parte relatada de vez en cuando.
No tengo la intención de describir la fotografía que acompaña al texto en sí, sino más bien intentar relatar lo que se ve con el alma cuando transito los parajes buscando fotos o cuando camino sacando fotos mientras busco mi alma.
Pero hoy, como primer entrada del blog, prefiero presentarme y hacer una breve reseña del lugar donde vivo ya que es el 90% de lo que van a ver en las imágenes del blog y del website.
Buenas tardes, mi nombre es Leo F. Ridano. Vivo en el paraje Entre Ríos, que pertenece a un pueblo llamado Lago Puelo, que a su vez está dentro de la provincia de Chubut, que es una de las provincias que componen la Patagonia Argentina. El paraje donde vivimos (mi mujer, mi hija y yo) es una pequeña zona agrícola, que ocupa un sector de un valle de montaña que está “entre ríos” (aunque el paraje es más grande y no todo está entre aguas) la parte que nos toca a nosotros sí lo está. Ríos de montaña, ríos bravos, temperamentales, que a veces les da por salir a pasear fuera de su cauce y acercarse a saludar.
Lago Puelo es parte de la Comarca Andina del Paralelo 42º, una zona que comprende las ciudad de El Bolsón (del lado de la provincia de Río Negro) y las de Lago Puelo, El Hoyo, Epuyén, Cholila y El Maitén (en Chubut). Pueblos de montaña algunos y otros de estepa; entre los primeros hay muchos cordones montañosos, algunos ríos, menos lagos, mucho arroyo y muchísimas sendas para caminar. La estepa, en cambio, es diferente. Hostil a primera vista pero cautivante con el tiempo; suelo ir de vez en cuando para “tomar aire”, mirar más allá que unos pocos kilómetros y, si tengo la suerte, disfrutar de un atardecer en serio.
Igual, ambos sitios tienen sus características y sus tiempos, ya sea de hongos, de flores, de pájaros, de frutos, de lluvias, de nieve o de ese cielo despejado que de tan lindo aburre (salvo en el invierno), tiempo de neblinas que llegan cuando ya pasaron los bellísimos colores otoñales, tiempo de sequía, de inundaciones o de renacer cuando la primavera se asoma; tiempo de gotas, de hielos, de telarañas o de ramas sin hojas, tiempo de nubes rosas, de cumulos o de imponentes lenticulares, tiempo de cortejo y de cria, tiempo de polinización, de abejas y picaflores. Tiempo de pastos secos y de mallines, tiempo de viento, de calma y de “no se termina de decidir”, tiempo de arreos, de marcación, de cosecha; tiempo de emigrar. Tiempo de volver. Y todos, pero todos, son tiempo de caminata, tiempo de espiar para ver qué sucede, qué se muestra y qué puedo ver, qué puedo fotografiar.
Sé que lo que plasmo en el sensor de la cámara no es más que una millonésima parte de toda la perfección que me rodea. Y puede parecer raro, pero lo que encuadro no suele ser planeado ni pensado, siempre llega sin aviso, una mirada a un lado sin motivo aparente, un descanso en un lugar mágico sin saberlo o simplemente, un tropiezo que me deja de frente al modelo. Vaya uno a saber quién decide lo qué fotografío. Hay momentos en que creo que no soy yo quién lo hace. Otras veces, en cambio, estoy absolutamente seguro de que no soy yo.
Bienvenidos.
Leo.